Sólo tenemos una oportunidad para preparar a nuestros jóvenes para un futuro que nadie de nosotros puede predecir. ¿Qué estamos haciendo con esa única oportunidad?, expone Stephen Covey, autor del libro: “Los siete hábitos de las personas altamente efectivas”.
Por su parte, Cicerón, considerado uno de los más grandes retóricos de la República romana, preguntó hace siglos: "¿Qué otro regalo más grande y mejor se le puede ofrecer a la República que la educación de nuestros jóvenes?".
Tener un hijo universitario en México, todavía es la mayor ilusión de millones de padres de familia. Todos quieren, sin duda, lo mejor para sus hijos aunque muchos no saben cómo y mucho menos tienen con qué lograrlo.
Y me refiero a que es una ilusión, porque el estado mexicano no tiene la capacidad instalada ni presupuestal para dar cabida a todos los demandantes de un lugar para estudiar en las universidades públicas.
En México, tan sólo 34 de cada 100 aspirantes a una carrera universitaria consiguen entrar, ya sea a alguna institución pública o privada.
Pero los niveles de pobreza en que se encuentran dos terceras partes de la población, explican por qué las familias no tienen los recursos para mandar a sus hijos a estudiar una carrera universitaria.
Desafortunadamente 5 de cada 10 estudiantes que ingresan a este nivel abandonan sus estudios.
Terminar una carrera universitaria, titulado o no, se ha convertido en la meta de la mayoría de los jóvenes. Se piensa que una vez siendo profesionista, se terminan los problemas, especialmente los de carácter económico. “Tantos años de quemarse las pestañas estudiando, ahora nos traerán grandes beneficios como recompensa a tantos sacrificios y esfuerzos”.
Tan errónea es esta concepción de que la profesión es la meta, que en algunas instituciones, como en la Universidad Autónoma Chapingo, el término de cursos y la fiesta de graduación se denomina Quema del Libro, simbolizando que ya no volveremos a abrirlos. Una carrera universitaria te da bases y es la llave que abre puertas, pero realmente no debiera ser la meta.
Creo que además de estas posibles fallas, hay una separación entre las necesidades de las familias y los sectores productivos con los contenidos educativos de los distintos niveles. Hay un gran problema de productividad y sustentabilidad en México. Pero las prioridades siguen siendo puentes, edificios y ciclopistas sin ningún impacto en el bolsillo de la gente o en la movilidad urbana.
Manuel Molano (2016) en Innovación, universidad y emprendimiento, Revista Entrepreneur de septiembre, destaca que en casi cualquier foro académico o empresarial en donde se habla de innovación, se refieren a la triple hélice, la cual está conformada por la academia, la empresa y el gobierno. Nadie habla de la persona y de su decisión sobre qué va estudiar, en dónde estudiarlo o por cuánto tiempo estudiarlo antes de empezar a trabajar.
Casi nadie habla de la necesidad de ayudar a los niños y jóvenes, ni a las personas en general, a identificar sus talentos para desarrollar capacidades, habilidades y fortalezas. Muy poco se hace sobre una verdadera orientación vocacional que ayude a encontrar en qué son buenas las personas para que a eso se dediquen, sean o no universitarios.
El mismo autor, Manuel Molano, refiere que en México, 80 de cada 100 trabajadores no tienen estudios universitarios y esto genera que la innovación laboral sea muy poca ya que no damos estructura formal al conocimiento que tienen nuestros técnicos y operarios. Por ello, si queremos que México se desarrolle y crezca más, tenemos que poner mayor atención a la educación técnica.
La Encuesta Nacional sobre Productividad y Competitividad de las Micro, Pequeñas y Medianas Empresas (ENAPROCE) 2015, destaca que existen 4 millones 48 mil 543 establecimientos en nuestro país, de los cuales 97.6 por ciento son microempresas, y concentran el 75.4 por ciento del personal ocupado, son unidades productivas con menos de 6 trabajadores con una gran participación de mano de obra familiar.
Estoy convencido de que hay un menosprecio por las artes y oficios debido a la ilusión de los padres y de los jóvenes por lograr una carrera universitaria. No obstante, más de la tercera parte de los profesionistas están desempleados y subempleados, trabajando en actividades para las que no estudiaron, y los que trabajan, unos 7.5 millones de personas, sólo ganan en promedio 3 salarios mínimos.
Lo anteriormente descrito fue la razón que me impulsó a proponer la iniciativa de Ley de Artes y Oficios, en Noviembre del 2011, cuando legislaba en la Cámara de Diputados. Esta propuesta pasó sin mayor éxito debido a que la atención de la educación, desde que recuerdo, ha estado centrada en destinar a este rubro tan sólo el 70 por ciento del presupuesto público, y de éste, una gran parte es destinada únicamente para cubrir pagos de nómina; ah! y también para promocionar que la educación es lo más importante para el desarrollo del país.
Ante esta situación, es importante destacar que requerimos de políticas públicas que den mayor atención a la educación técnica, que permitan mejorar la vinculación educativa con las necesidades reales de la población y la estructura productiva, ayudar a nuestros niños y jóvenes a identificar y desarrollar, conjuntamente, sus talentos y, finalmente, una verdadera orientación vocacional.
La carrera universitaria no es la meta. La meta debe ser una vida de grandes logros y satisfacciones para uno y para nuestros semejantes.
Alberto Jiménez Merino
Director del Centro Internacional de Seguridad Alimentaria.
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