En esta primera entrega, agradezco la oportunidad al Diario Intolerancia, por abrir un espacio para hablar “desde el abismo”.
Creo de elemental cortesía y gratitud, explicar por qué este espacio se denomina así “desde el abismo”, y por qué aparece en un diario con un nombre controversial como es Intolerancia.
Pues bien, este que escribe es un intolerante. Desde hace muchos años me formaron para respetar, no para tolerar: para respetar al ser humano en todas sus dimensiones y desde todas las posibilidades que le permiten construir su mundo y construirse a sí mismo.
Así es: me enseñaron a respetar al ser humano y a ser intolerante con todo aquello que sobajara su dignidad, que oprimiera su pensamiento y su manera de confrontar la vida.
A ser intolerante hacia cualquier amenaza contra su libertad y hacia cualquier maquinación que pretenda manipularlo y sepultarlo en la miseria, la sumisión y el abandono.
Y aclaro esto, porque tal parece que hoy navegamos en un turbulento mar de intolerancias de otro tipo;intolerancias con las que no comulgo: aquellas que hacen de la violencia una manera de vida; las que son capaces segar la vida del hermano, por quien corre sangre del mismo color pero que profesa otra creencia religiosa, otra convicción política, otra orientación sexual; vivimos intolerancias donde pareciera que la reivindicación de un género es la declaración misma de la guerra, y no la búsqueda de la fraterna convivencia.
Parece que navegamos, pues, en el mar de la intolerancia, pero no de aquella que lucha por erradicar el odio, la discriminación y la injusticia, sino de la que se vale de todo eso para dictar un pensamiento dogmático y esclavizador, incluso, en el falso nombre del orden. Con esa intolerancia “no me llevo”.
Desde otra parte, en la profunda soledad de aquello que Ortega llamaba “la mismidad”, el ser humano se debate todos los días por inyectar de sentido su vida. Esa “mismidad” que no le pertenece más que a cada uno, y nos persigue en cada espacio de silencio para lanzarnos la pregunta: ¿qué estás haciendo de ti mismo y de los demás? Esa profunda soledad que es nuestro personal abismo, es lo que pretende inspirar estas líneas; líneas que apelarán al buen humor, pero no a la burla lapidaria; que buscarán abrir un diálogo con quienes hagan el favor de leerlas para encontrar horizontes y esperanzas.
Esperanzas que surjan desde nuestros abismos, no las esperanzas que se venden baratas, conjuran y “declaran” la buena fortuna. No quisiera ofrecer la esperanza de ciertos mercaderes que venden la felicidad al dos por uno en cajitas con forma de libro.
Porque desde el abismo nos descubrimos, contingentes, no indispensables. Es el abismo de nuestras existencias que no nos miente, seamos el presidente de Estados Unidos, un intelectual, o el taquero que hace las bocas felices de los que sufren una resaca.Nuestro abismo no oculta nuestra fugacidad, nuestros miedos a lo incierto; incluso a la muerte.
Por eso, desde el abismo relataremos historias, a veces verdaderas, a veces simplemente verosímiles; nos daremos la licencia de mentir, pero no de engañar ni difamar, sino de mentir de la misma manera que miente una fábula, un cuento, una obra de teatro, una buena película.
Enfrentaremos la inmediatez de la información, la rapidez con la que llegan a nuestros oídos y a nuestra vista los hechos que delatan una irrefrenable y, a veces, incomprensible dinámica de nuestro mundo, y nos ha arrancado de nuestros abismos para llevarnos a vivir en la superficie con una sensación de naufragio donde resulta cada vez más complicado dialogar para descubrir la verdad. Porque estar en esta atmósfera de los medios electrónicos a distancia, veloces y, en ocasiones, inciertos, nos vamos acostumbrando al mundo del debate, de la descalificación, e incluso del insulto, para poder decir que vivimos informados, abandonando nuestros abismos.
Por esa razón, desde el abismo intentaré unirme a aquellos que aún luchan por descubrir si es posible dialogar con ese dictador que es nuestro ego y que se escapa a las computadoras donde todos “tenemos la verdad en la mano” y que lleva a nuestro dedo acusador a teclear furibundas sentencias, seguros de que Facebook y las redes sociales agradecen nuestros veredictos.
Quisiera intentar, cada semana, dejando 7 días de silencio, conversar desde el abismo.
Gracias por leer estas líneas, que también son tuyas.
Francisco Camacho Marín