Los conocedores de los deportes extremos saben que el paraíso del buceo de profundidad a nivel global está en Costa Rica; de hecho, las mejores escenas de Jurassic Park fueron filmadas en su área selvática, rodeada de sus zonas costeras.
Los amantes de la práctica del ciclismo de montaña saben de “La ruta de los conquistadores”, que desde que comenzó en 2015, se posiciona cada vez como una de las preferidas en el orden mundial.
O también de la existencia del galerón en San José, convertido en lupanar preferido del turismo sexual, existente en cualquier lugar del mundo para el solaz de quien busca un regazo erótico en tiempos de redes sociales.
De la oferta turística descrita, ninguna encaja en el perfil político o administrativo del exgobernador de Puebla, Melquiades Morales Flores, el penúltimo gobernador priista que Puebla ha tenido.
Melquiades, como el judío errante que cuenta el Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, en sus Cien años de soledad, es ahora el embajador del gobierno mexicano en ese pequeño país del área central de América Latina.
El patriarca de la dinastía se va del país, eso sí. Aunque en la historia política de este personaje no hay un solo rasgo de servicio exterior mexicano, el viejo médico se nos va.
Guste o no, en nuestro sistema político una embajada es, en realidad un “aguántame tantito”, mientras deciden qué tipo de lugar debo escuchar en la historia.
El presidente Enrique Peña Nieto deberá comprobar la motivación que lo llevó a proponer a un exlíder y su saludo de jefe de Estado cenecista a la representación diplomática mexicana.