En el Partido Revolucionario Institucional de Puebla la correlación de fuerzas cambió este domingo tras el anuncio de renuncia del diputado federal, Alejandro Armenta Mier.
Desde este lunes hay menos ases en la baraja de ese partido que lleva dos procesos electorales para elegir gobernador donde no conoce el triunfo. Dicho de otro modo: los trozos del pastel en el reparto electoral serán más grandes para cada uno de quienes levanten la mano.
El problema es que en la lógica política, no se trata de cantidad, sino de calidad. La salida de quien fue presidente del PRI en 2010 y luego coordinador de la campaña en 2016 debe verse bajo esa óptica.
Los detractores de Armenta Mier dirán que nadie es indispensable en un instituto político del tamaño de la marca que aún ostenta el poder público a nivel federal, con el presidente Enrique Peña Nieto a la cabeza. Sí y no.
Uno de los problemas más serios es que quien está al frente de la estrategia electoral como Enrique Ochoa Reza, carece de toda fuerza política y calidad moral para legitimar la incendiaria línea discursiva en contra de los adversarios políticos.
Integrante de una dorada clase burocrática, está imposibilitado para satisfacer las aspiraciones del priismo que ha hecho trabajo partidista desde la base piramidal de una estructura monolítica que se enmohece.
Guste o no, Armenta Mier forma parte de la militancia que padeció las ofensas de esa burocracia con el presidente Peña Nieto al frente; Miguel Ángel Osorio, complaciente secretario de Gobernación; y hasta el acomodaticio grupo del canciller Luis Videgaray, que mantuvo componendas con el exgobernador Rafael Moreno Valle.
La línea rupturista del diputado federal que llegó a ser un integrante del grupo de Osorio Chong es fuente aspiracional de ese grueso segmento de la militancia priista que ha padecido la conducta abusiva y prepotente del grupo del exmandatario empeñado en convertirse en candidato a la Presidencia de México.
Una variable difícil de cuantificar, pero sí de percibir en el ambiente que pesa en el interior del estado que es en donde mejor conocen a quien fue secretario de Desarrollo Social en el último tramo de la gestión priista.
Puede que el PRI en Puebla no necesite de los brazos del renunciante, pero algo sí les hará falta a la hora de comenzar a aceitar la maquinaria electoral desde los seccionales, líderes de cuadra, barrio o comunidad para buscar el voto.
En medio del caldo de cultivo por la insatisfacción general, el crecimiento de una ola antisistémica, van a requerir la voz de contundencia para transmitirles que no habrá más acuerdos en lo oscuro con un grupo político que desde el Partido Acción Nacional supo colarse, dividir y comprar a un segmento notable de priistas que vieron pasar los mejores momentos hace más de siete años.
Ya podrán festinar la renuncia a su militancia perfiles como Blanca Alcalá, Juan Carlos Lastiri, Enrique Doger y hasta Javier López Zavala. El problema es que todos ellos carecen de una línea discursiva que confronte con el latrocinio que significó la gestión de Moreno Valle.
¿Con qué van a convencer si han sido por lo general silenciosos, complacientes y medrosos?