Tuvieron que pasar 33 meses para que Jorge Espina Reyes, el ex dirigente nacional de la Confederación Nacional de la República Mexicana dijera en público lo que ya sabíamos: que los arcos de seguridad del ex gobernador Rafael Moreno Valle Rosas son de una inutilidad obscena para cumplir con los propósitos para los que fueron creados, que es prevenir la delincuencia.

El consejero del sindicato patronal participó ayer en un Foro sobre Seguridad Pública en dónde admitió que al ser invitado a la ceremonia inaugural del arco de seguridad en la autopista México-Puebla, en enero de 2015, pudo observar que el inmueble contaba con oficinas sin muebles y el equipo todo, era de “utilería”. No pues sí.

Desde que este personaje de la derecha observó lo que dijo que vio y la fecha en que se decidió romper el silencio, los testimonios y documentos que dan cuenta de esa circunstancia abundan, tanto como los días que han pasado desde enero de hace dos años. 

Espina Reyes no sólo guardó para sí ese secreto durante la mitad de la gestión del panista que pretende la candidatura presidencial, sino que la usó a destiempo para orientar la opinión de los poblanos que aún crédulos, suponían que con la llegada de Moreno Valle al poder, de verdad, lo mejor estaría por venir.

El dirigente patronal esperó de igual modo siete meses desde que terminó esa gestión gubernamental de oprobio en febrero de 2017 para denunciar lo que unos pocos se atrevieron en su momento, aún a riesgo de sufrir la persecución de un régimen con perfil dictatorial.

La ceremonia inaugural del arco de seguridad a la que asistió el integrante de Coparmex estuvo presidida por el ex Comisionado Nacional de Seguridad, Monte Alejandro Rubido García y ahí este funcionario se aventó la puntada de decir que a partir de la instalación de estos artefactos de artificio “Puebla es una de las entidades del país más protegidas para combatir a la delincuencia”. Menos mal. 

El espectáculo mediático que protagonizaron el funcionario federal, el gobernador y hasta el propio Espina Reyes no fue desenmascarado sino hasta que los actos delictivos llegaron a convertirse en un escándalo nacional que requirió la intervención del Ejército Mexicano y la Armada de México.

Desde que el ex líder de la cúpula empresarial participó de ese momento feliz en él vivió el morenovallismo, pues la inversión de todos los arcos requirió de 400 millones de pesos, hasta ahora han pasado 990 días, un suspiro.

Ya encarrerado y valiente sugirió a la sociedad que “no guarde silencio ante este tipo de casos y los denuncie (...) a combatir a la clase política arrogante que actualmente representa a la sociedad”. 

La confesión formulada por este militante de la derecha en Puebla no hace sino poner de manifiesto una conducta pública tan condenable como el silencio cómplice: el doble lenguaje que dicta callar por conveniencia o sobrevivencia. 

Es el mismo líder patronal que auspició un foro sobre el mismo tema en Tlaxcala cuando el perredista Alfonso Sánchez Anaya era gobernador en ese estado castigado por una ola de secuestros.   

Juzgar y condenar a toro pasado siempre será más cómodo que señalar errores y perversiones en el momento mismo que la oportunidad impone. Y sobre todo bien vale no perder la memoria porque los silencios y las palabras siempre nos alcanzan.