Sin darnos cuenta, poco a poco, una sombra de poder, de apariencias y de hipocresía nos cerró los ojos y el alma. Miedo a vivir.
Desde cuándo no vivo en libertad, ya lo olvidé. Por desgracia, el temor nubla la razón y el pensamiento claro. Ya no pienso, sólo sobrevivo y no sé por qué ni para qué. Abrí los ojos y la miré sorprendido:
—¿Estabas aquí?, sí, me respondió, hablabas dormido.
—Es posible, pensé, es la primera vez que me anestesian.
—¿Y de qué hablaba?, de cómo hemos perdido la libertad y el deseo de vivir. ¿Yo dije eso?
Por lo que veo, lector querido, cuando uno sueña o cuando está cercano a entregar el equipo, suceden cosas insospechadas. Algunas son cosas sin pies ni cabeza y otras son inesperadamente profundas. Cosas que normalmente no le dirías a tu compadre, “el chácharas”.
Ora que pensándolo bien, lo que dije dormido, no estaba tan loco ni jalado de los pelos. Después de todo, yo pienso que hemos perdido la libertad y; al perder la libertad, perdimos vida, hasta llegar a olvidar que la vida es mucho más que el desgarriate que hoy sobrellevamos. Obviamente nos han lavado el cerebro haciéndonos creer que la vida termina cuando “chupas Faros” y si no piensas así, te ven como a un fanático inculto, poco menos que un ingenuo con imaginación.
No se nos ocurre aceptar que nuestro origen es de energía, de luz, de luz que piensa y evoluciona y, que la energía no se pierde jamás, sólo se transforma. Pero aceptar que no sabemos que no tenemos la menor idea de qué somos nos hace sentir pequeños, ignorantes, y eso, jamás lo aceptaré: yo soy Juan Camaney, o ya de perdida, el “Chapulín Colorado”. Así que mejor ahí muere. “La vida no vale nada”, decía el mariachi.