Que difícil puede ser el reconocer y más, aún aceptar que nada ni nadie te pertenece. Haz pasado toda una vida haciéndote responsable de tu vida, de la vida de tus hijos de tu esposa, de tu compadre, del amigo del compadre, del país, de la región y si eres tan, tan consciente hasta del planeta.
Al final de la vida, si tienes suerte, te darás cuenta de que nada ni nadie te pertenece; pero eso sí, has dejado el esqueleto queriendo resolver la vida de todos y de todo o que te rodea.
Hemos deseado tener el control de todo lo que amamos, muchas veces por temor a que se pierda, a que se deforme o se destruya. Como diría mi abuela: “hay amores que matan”. Rodeamos a lo que “amamos” con un afán de protegerlo de cualquier mal o peligro sin darnos cuenta de que estamos transmitiendo nuestros propios temores con una visión mesiánica que no nos queda ni nos corresponde.
Cada quien es responsable de su propio ser de su propia vida y desarrollo. Obviamente cuando nuestros amores son pequeños tenemos que guiarlos, pero con amor, cuidando siempre el no transmitirles nuestros miedos personales.
Nada ni nadie nos pertenece ¿difícil de aceptarlo? Si porque fuimos creados bajo un sistema de pertenencia y de logros que poco o, nada tienen que ver con el valor de la vida, tan única y personal como las de los seres que nos rodean. Amar ¡sí!, pero sin perder nunca de vista que, cada quien es en ser único e independiente.
Cuidar la vida de y el correcto crecimiento de ello, es lo único que podemos y debemos hacer, respetando la libertad de cada vida.
No, fácil no es, porque has dejado toda una vida creyendo hacer lo correcto. Con suerte y si lograste hacer que tus amores hayan crecido o estén creciendo en libertad de su propio ser haciéndolos sentir responsables de sí mismos, aunque saben que siempre estará tu amor para apoyarlos, no en el éxito en el poder y en el engrandecimiento del ego, si no en el engrandecimiento de su propio ser, único y personal que tan solo le pertenece a él, a la vida misma.