Hace más de 40 años que cada seis años acudo a las urnas a depositar mi voto. En esos años hay una constante: la espera del mesías.
Algunos viejos no olvidamos cuando íbamos a prepararnos a administrar la abundancia, según la promesa de López Portillo, a quien años más tarde vimos llorar “por no haber podido sacar de la pobreza a los desposeídos”. Se desvaneció entonces el mesías.
Vino después la promesa de Miguel de la Madrid de un reino sin corrupción, bajo el lema de la honestidad. Lo sorprendió aquel sismo del 85. Los viejos no olvidamos tampoco su rostro desconcertado ante una hecatombe que no supo sortear y dio lugar a esa solidaridad en la que creímos que habíamos recuperado las riendas del país. También se desvaneció ese despertar y, con él, la figura de un presidente al que muchos calificaron de gris.
Vino entonces el gran doctor de Harvard: Salinas. El que quitó del paso a Cárdenas, para robarle el poder. Nadie me lo contó. Fue el “llamado a la legalidad” encabezado por Luis H. Álvarez, entonces presidente del PAN; por Manuel J. Clouthier, por don Heberto Castillo, Cuauhtémoc Cárdenas y Rosario Ibarra de Piedra. Todos ellos tomaron por asalto la oficina del entonces secretario de Gobernación, Manuel Bartlett, protagonista de “la caída del sistema” en el 88, y hoy flamante defensor de las izquierdas. Bartlett, quien prometió que se revisarían las elecciones. Así lo reveló en entrevista a los medios, don Luis H. Álvarez. Todos corrimos a nuestras respectivas redacciones. Eran las 4 de la mañana. Pero mientras nosotros, los reporteros, corríamos a dar la nota, el entonces presidente del PRI; De la Vega –en contubernio con Televisa– anunciaba el “triunfo inobjetable” de Salinas.
Tras ese madruguete, se desvaneció la promesa de los paladines de la izquierda y del PAN renovado. Apareció el sabio economista que prometió una boyante economía. Al cabo de seis años, esa economía del “primer mundo” le fue heredada a Zedillo, a quien el propio Salinas culpó del error de diciembre que dejó a los mexicanos endeudados hasta el cuello. Ernesto Zedillo, el comodín que tuvo que salir al paso cuando le fue arrebatada la vida a otro personaje que también prometía ser un mesías: don Luis Donaldo Colosio. Zedillo, el que inusitadamente cedió la banda presidencial al nuevo superman Fox.
México, celebraba que había alcanzado la democracia, y al fin tomaba el poder un mesías de oposición. Sin embargo, fuimos testigos de cómo el PAN tomó el lugar oligárquico que había dejado vacío el PRI.
Llegó entonces Felipe Calderón, al que no olvidamos vestido de militar con un uniforme que le quedaba grande, y salvando al país del narcotráfico al que declaró la guerra para iniciar el capítulo moderno de la muerte. Capítulo que aún hoy cobra miles de vidas.
Los mexicanos decidieron dar oportunidad de nuevo al PRI. Y llegó el gran salvador del Estado de México, el guapo, el carismático que a la fecha sigue dando bandazos en su gestión: Enrique Peña.
Eso somos… pacientes que esperan el advenimiento del mesías. Hoy es AMLO, el de las fórmulas mágicas, o Meade a cuya figura se le ha producido un video que parece idea de Marvel la creadora de los comics de superhéroes. Mientras esperamos al mesías, seguimos dando mordidas, buscando plazas, haciendo chanchullos, simulando trabajo, despreciando la educación. No, no todos, pero sí los suficientes y los que están en lugares estratégicos que cierran el paso a los honestos. Esperamos y soñamos con las redes y su inútil y artificial protesta de teclado.
Mientras esperamos al mesías, el narcotráfico se apodera con astucia de la política nacional y los más vivos siguen incrementando sus ingresos, no importa si se deben vender ellos mismos. La solidaridad del 19 de septiembre de 2017 se fugó a dormir el sueño de los justos al lado de la solidaridad de 1985 y ambas contemplan las corruptelas, los gandallismos, la falta de respeto a las leyes, que no puede ni podrá resolver ningún mesías.
Decepción, y la espera del nuevo mesías… eso es lo único seguro para el 2018.
Hasta la próxima.