Estamos a unos días de iniciar el año de las elecciones. Elecciones en las que muchos mexicanos tienen puestas las esperanzas de un cambio que favorezca el crecimiento y queden sepultadas las tantas historias desastrosas que trajo consigo el sexenio que está a punto de morir.
No nos cansamos de hacer mofa de todas y cada una de las barbaridades que formaron parte de los discursos políticos. Probablemente éste sea recordado como el sexenio de los “memes”. Pareciera que los cazadores de las redes tienen colocadas las antenas en la justa dirección que capture los deslices que, en un afán por establecer un lenguaje cercano al pueblo, surgen de la boca de nuestros políticos.
Es verdad, una de las virtudes de nuestro pueblo es la de convertir en chiste, en albur, en refrán, aquello que nos lacera y que nos duele. Se ha dicho mil veces, incluso desde las letras de los grandes como López Velarde, quien en su “Suave Patria”, sentenciaba: “y, sin embargo, ríes demasiado”, que los mexicanos reímos para no llorar.
La última, antes de cerrar este año, fue la célebre expresión en la que “hemos volvido”. A mí, en lo personal, no me escandalizó y, tampoco, la mofa que se hizo de ella, arrancó alguna sonrisa.
Vino a mi mente una reflexión que escuché en un congreso dirigido a la prevención de las adicciones, en España. La metáfora me pareció exacta: cuando se activa una alarma contra robo, incendio, o cualquier catástrofe, el sonido inicial alerta a quienes la escuchan; desata la inquietud, la disposición de actuar y la preocupación. Pero si esa alarma permanece encendida por más de algunos segundos, quienes la escuchan se acostumbran a su sonido y, lo que es peor, si vuelve a activarse, el efecto será cada vez menos y menos efectivo. Habrá quienes se aburran de escucharla. Así pasa, decían, cuando las campañas propagandísticas, los datos estadísticos y las noticias sobre la drogadicción y la violencia son cada vez más frecuentes en los medios.
Los chistes alrededor de los traspiés del presidente de México dejan de tener el efecto que en algún momento tuvieron. Ya no alertan, ya no alarman y, por el contrario, la proliferación de sarcasmos y comentarios a su alrededor, pareciera que dejan pasar inadvertidos otros asuntos que en verdad debieran preocuparnos.
Al lado de estos chistes ya sin chiste, un año más nos indignamos por los bonos millonarios que se entregan a los miembros de las cámaras legislativas y que reciben con el cinismo que les caracteriza. Otra alarma que cada año encendemos y que nadie escucha ya. Sino es para charlar de ella mientras se brinda por el fin de año.
En este que está ahora por terminar, acudimos a la presentación del paladín Meade, del populista AMLO; de la herida Margarita; del oportunista Anaya… Se pierden miles de pesos y de horas en la captura de firmas para dar registro a candidatos que no figurarán, seguramente en las boletas electorales. Las alarmas preelectorales suenan cada día con menos fuerza, acompañadas de campañas francamente vergonzosas en su diseño y en sus contenidos.
Y mientras todo esto sucede, nos acostumbramos a la alarma que se activa cada fin de año, de parte de los críticos y grinchs de las navidades, advirtiendo sobre un exacerbado consumismo. Todo esto en medio de villancicos que aturden en los centros comerciales, marean a sus empleados, quienes fingen una sonrisa a los furibundos compradores que llenan sus bolsas de objetos que seguramente irán a la basura, una vez que pase el 6 de enero.
¿Y el Nacimiento de Jesús? Un buen pretexto para hacer adornos, aunque nadie se acuerde el mensaje del Nazareno. Su alarma ha dejado de impactarnos.
La alarma de este país sigue sonando, pero estamos ocupados en el brindis. Ya volveremos el año entrante, pagando muchos meses sin intereses.
Hasta la próxima.