¡Ay!, lector querido.
Pensar en la existencia de otra posible realidad es tan difícil como parir chayotes en el Periférico. Imaginar que hemos heredado un poder capaz de realizar proezas inimaginables nos parece cuentos de ciencia ficción o desvaríos de marihuano, pero no es así.
A lo largo de toda nuestra macehual historia, desde los antiguos persas, los egipcios, griegos, hasta nuestros coterráneos mayas, creían firmemente en la existencia de otra realidad, de un origen que va más allá del cotidiano PRI o del mesiánico Morena.
Por otra parte, por eones hemos aceptado la existencia de los milagros y las curaciones por medio de la fe. Cuando alguien se recupera de alguna enfermedad “incurable” se dice que esto se debió a un pensamiento mágico, luego el pensar en la existencia de “lo mágico” no es una loquera de un ser determinado. Nos es casi imposible pensar que ese pensamiento “mágico” no es el privilegio de un destorlongado cualquiera, sino que esto es un poder que radica en nosotros, muy dentro de nosotros los humanos.
Qué puede hacer que ese poder “mágico” tome vida en nosotros. Dejar de creer en lo que nos han hecho creer, de muy mala leche.
Cuando uno sueña con el triunfo en X cosa, en la creación de algo, en el logro de una meta en especial, con todo su ser, con toda su capacidad, lo logra; a menos que uno mismo se boicotee o que las circunstancias que lo rodean le repitan en el oído: ¡Huy, no, no vas a poder! ¡Huy no, es imposible para ti! ¡Huy no, tú no te lo mereces!
Hemos aceptado la existencia de un pensamiento ajeno y lo hemos convertido en una realidad, nuestra, propia, y a veces una dolorosa realidad. Una realidad que nos debilita, que no nos permite ser tan grandes y poderosos como en realidad somos.
La receta o la magia es simple, es creer que SÍ PUEDES, que el poder del pensamiento mágico depende de creer en ti, más allá de lo que los demás crean o insistan en hacerte creer.