Alguien que piensa, alguien que ama esta virtud humana, al filosofar no necesariamente acude a Platón, a San Agustín, Descartes, Kant, Marx, Nietzsche, Hegel o a mi admirado Ortega y Gasset.
En realidad acude a sí mismo, al sueño, al cosmos interno que todos llevamos dentro. Nos han hecho creer que solamente unos cuantos “elegidos” nacieron para filosofar, para pensar. Nada más alejado de esto: Prohibirnos el derecho a pensar, es prohibirnos el derecho a soñar en lo que creemos, en lo que sentimos, en lo que deseamos, y no en lo que los demás quieren que pensemos y creamos: llámese, ciencia, religión, política o magia.
El poder de pensar va más allá de un juego de placebos y del ilusionismo, más allá del pensamiento ingenuo y ñoño.
Pensar nos lleva de la mano a conocernos, a darnos cuenta que con el tiempo, aún las personas más amadas por nosotros, sin desearlo, nos formaron una idea muy alejada de nuestra propia realidad al modelarnos a imagen de lo que ellos imaginan que somos o deberíamos ser. Ahí terminó el sueño, la aventura que representaría la posibilidad de vivir nuestra propia vida, que pudo ser única, diferente y feliz.
Pensar conlleva grandes compromisos, porque se tiene que luchar contra corriente, salir del corral, pero sobre todo, ser firme y congruente en el actuar, entre lo que se pregona y se hace. Desde luego que regresar al niño que llevamos dentro lleva tiempo, y muchas veces dolor, porque se vive en una especie de soledad donde quienes te rodean imaginan que rondas la locura. Esto los lastima. Les angustia imaginar que no pienses igual que “todos”, que veas y vivas una realidad ajena al gran rebaño “lógico”, donde la “ciencia” juega el papel de Dios infalible y perfecto aunque tenga que cambiar su “incuestionable” sapiencia generación tras generación.
Yo, por mi parte, me arriesgo a pensar, a soñar y a vivir mi propia existencia, aunque esto conlleve un sueño en soledad, teniendo en cuenta que, además, la testosterona y los estrógenos juegan un papel definitivo en nuestra forma de percibir y de pensar…El ideal es mantener in equilibrio entre ambos hemisferios, es decir lograr pensar con un cerebro bisexual.