¿Y ´ora de que escribo?
Esta aterradora pregunta llegó a mi confusa mente. Respiré hondo —tres veces—, y empecé a teclear con enjundia.
Por alguna razón vino a mi mente la imagen del Partenón de Grecia, y luego la de varias imágenes de sus gloriosas y perfectas esculturas.
Levanté la vista hacia el florero de la mesa del comedor que contenía unas floresotas rojizas. Conté los pétalos de cada una de las mentadas flores para descubrir que tenían cinco pétalos cada una.
Ahí, mi mente se detuvo un instante y brincó al recuerdo de “la proporción aurea”, “la divina proporción”, para detenerse en Fibonacci y su famosa secuencia numérica. 1+1=2. 2+1=3. 3+2=5. 5+3=8. 8+5=13, etcétera (comentario para aquellos a quienes Fibonacci les vale gorro).
Recordé que todo lo que existe en la naturaleza corresponde a esta secuencia numérica, es más, si uno es más feíto que otro, es porque sus facciones están más lejos o más cerca de la “proporción aurea” lo que corresponde a la secuencia de Fibonacci que, a su vez, da pie a la “divina proporción 1,618…
Mi loquera no terminó ahí. Recordé que la mentada “secuencia” no solo está relacionada con “la divina proporción”, si no que esta está ligada a “Phi” que se relaciona con la longitud de la circunferencia y su radio que, a su vez, está relacionada con la proporción de las falanges de los dedos, y la distancia de mi ombligo con mis pies, que, a su vez se relacionan con el crecimiento de las coliflores y las naranjas…
Fui a la cocina y saqué del “refri” una jarra con agua fría, mojé el trapo de cocina y me lo puse de turbante para bajar “la calor”, como diría mi buen amigo el “marrocas”.
Salí al jardincito de la casa con todo y turbante, miré al cielo y me pregunte, si las estrellas estarían colocadas de acuerdo a la “secuencia” Fibonacci… Oí el rin, rin, del teléfono, volé a contestar y, era una mendiga encuesta para ver que pensaba de los candidatos… ¡Qué poca!