Mientras Rafael Moreno Valle regresó al Senado de la República y rindió protesta con miras a reconstruir su sueño presidencial; en el panteón de Chalchihuapan, familiares, pobladores y amigos de José Martín Romero Montes levantaron la cruz en su tumba.
A Romero Montes lo mató una bala disparada en Chalchihuapan el 9 de julio de 2014, un metal que se le alojó junto al riñón durante más de 4 años.
El pasado 19 de agosto, familiares y amigos de Romero Montes conocieron del trágico desenlace de la vida de quien fue presidente auxiliar de San Bernardino Chalchihuapan. Entre los dolientes y curiosos el comentario era el mismo, a José Martín lo mató el operativo morenovallista de hace 4 años.
Pese a que la recomendación 2VG/2014 de la CNDH exigió al gobierno de Rafael Moreno Valle la reparación del daño así como atención médica y psicología a todas las víctimas del violento desalojo, la instrucción se cumplió a medias.
“Nunca hubo una recuperación total”, relató a Intolerancia Diario uno de los familiares de Martín Romero que acudió este miércoles al panteón donde también reposan los restos de José Luis Tehuatlie Tamayo, el menor de 13 años que fue asesinado.
El 9 de julio de 2014, segundos después de que una bala de goma golpeó la mandíbula de José Martín Romero, destrozándole el cachete, la lengua, algunos dientes, parte de la quijada y las cuerdas bucales; el hombre fue trasladado a diferentes hospitales donde debido a la gravedad de las heridas no quisieron recibirlo. Para cuando logró la atención médica, lo urgente era la vistosa herida del rostro.
Pasaron siete meses y dos cirugías, para que José Martín Romero recuperara el habla. El camino fue tortuoso no solo por el dolor de la herida y las intervenciones quirúrgicas. Tras la primera operación, a Martín Romero –quien entonces contaba con 65 años– le informaron que era diabético, dato que lo deprimió. El diagnóstico médico se confirmó con las infecciones recurrentes que padeció durante la recuperación. Para tratar de mitigar el dolor, el hombre que dio vida a 5 hijos, consumía sedantes.
En ese tiempo ni él ni sus familiares se cuestionaron si además del proyectil que impactó contra su rostro existía alguna otra lesión. La calidad de vida del hombre que se opuso al despojo de la Iglesia de Guadalupe y a los antorchistas de la región, se vio severamente deteriorada. La diálisis no dio resultados y las complicaciones con “el azúcar” fueron mayúsculas.
Hace unos meses, los médicos que atendieron a Martín Romero le dijeron que tenía cáncer en el riñón, pero él se negó a creerlo, insistía en que los dolores que le daban en la espalda se debían a problemas con la próstata.
Fue hasta el pasado 14 de agosto cuando él y su familia se enteraron que durante 4 años, el cuerpo de Martín Romero alojó una bala. El metal se albergó justamente al lado del riñón, lo cual aunado a sus pésimos niveles de glucosa hacia “muy riesgosa” una operación para extraerle el proyectil.
Los familiares son categóricos y rechazan que José Martín Romero hubiera estado en algún otro enfrentamiento donde hubiera disparos. La única ocasión que se vio en una situación de riego fue, sostienen, precisamente ese 9 de julio de 2014 durante el desalojo de la autopista Puebla–Atlixco.
José Martín Romero Montes cumpliría en octubre 70 años, pero una bala disparada en aquel operativo, ordenado desde las altas esferas del gobierno de Rafael Moreno Valle, le impidió llegar a las 7 décadas.