Si lo que nos rodea lo imaginamos como Heráclito, metafóricamente hablando, como un río que fluye eternamente en un constante ir sin retorno, la vida aparece como un instante y nada más. El sol brilla, diría más tarde Nietzsche, en un eterno mediodía, mientras el individuo muere.
Atrás, antes del instante fecundo no existe nada como, de igual manera, no existe nada hacia adelante, salvo ese sol que brilla eternamente y al que la ciencia de los humanos ha puesto fecha de caducidad, no para aceptarlo sino para ver la manera de eludir la espera de la inevitable muerte.
De ese fluir eterno ha surgido algo imposible de recrear en otro lugar de lo que hemos llamado universo: la existencia humana (Morin). Este “polvillo” (Nietzsche) se ha revelado contra ese fluir eterno porque no quiere ser instante. Se niega a morir, transformando lo infinito en finito.
La vida terrenal se convierte en una meta, el fluir eterno es un estorbo. Sobre el miedo a la muerte se levanta el temor al otro y la búsqueda de protección. Sobre estos fundamentos se construye el discurso hobbsiano, ahistórico, del surgimiento del poder, apunta Roberto Esposito en la lectura de Elías Canetti sobre el autor de El Leviatán.
La muerte está adentro de nosotros mismos, nos acecha a cada instante, dormimos y despertamos con el enemigo dentro de nosotros.
La vida no es más que la otra cara de la muerte y esta última es la que finalmente predomina. Nos lo recuerda el dolor de muelas, el hambre y la simbología del bien y del mal.
Somos falibles, lábiles…
Somos falibles, lábiles, según la terminología de Paul Ricoeur; mendaces, de acuerdo Nietzsche y su visión del poder: desplaza, impone acuerdos y establece jerarquías.
El granillo de polvo se revela y quiere ser parte del fluir eterno. Surge la valoración de todo, de la vida y de la muerte, como ilusión del poder que valora.
Nuestro pensamiento puede ser infinito, pero estamos sujetos a vivir en la cárcel que es nuestro cuerpo, como dirían los griegos (Ricoeur). Inicia la separación del fluir eterno a través del mito y el pensamiento religioso y, más tarde, con la idea de progreso que nunca termina porque no se finca en lo humano (Sen).
La muerte en el pensamiento mitológico y religioso, ya apostados bien en la tierra, no es igual para todos. Surge la mancha y la culpa. La caída nos coloca en el mundo de los expulsados del paraíso, y vivimos con la cabeza inclinada por el pecado.
Las pestes, el hambre, las plagas y la muerte, son parte del castigo a los pecadores.
El alma de que hemos sido dotados por el mito, la religión y la filosofía platónica y aristotélica nos ha librado del terrible fluir eterno y la muerte.
El alma migra hacia un lugar místico en donde el castigo y el sufrimiento vivido es valorado y considerado como bálsamo purificador de las inmundicias de la tierra.
Los dioses, dice Miller, en un tiempo amigables de hombres [y mujeres], con el surgimiento del judaísmo y el cristianismo, se transforman en dioses que imponen castigos a los humanos, incluida la muerte. En algunas etapas de la historia pasada y reciente (el medioevo y la modernidad que vivimos), ese privilegio ha sido transferido a poderes regios o al poder terrenal, secular. Pero, existen cambios en el horizonte.
Las tonalidades de la muerte
La muerte ha tomado algunas tonalidades que le eran desconocidas, salvo algunas excepciones históricas. El ser humano de la ilustración se ha debilitado con la posmodernidad, al pasar de ocupar un lugar de subordinación frente a la máquina a otro en el que ya no está frente a la máquina ni frente a nada, pero sí frente al poder que debe legitimar.
Debe medio vivir ya no para la producción sino para prestarle un servicio al Estado. Con la posmodernidad, el retiro del capital de los procesos productivos todo lo sólido se ha convertido en líquido, como lo expone Bauman. La vida instrumental al servicio de la producción, la máquina, perdió sentido en la posmodernidad.
La vida al perder su razón de existir instrumental asociado la producción, se acerca más a la muerte que la vida. Los fluidos financieros transitan por el mundo sin establecer nexos con nadie. Los gobiernos locales han sido sometidos a la dinámica de capital, y cualquier resistencia es debilitada con el retiro de capitales.
Miles de millones de seres humanos mueren lentamente por hambre, guerras raciales, la incomprensible producción de armas, la violencia social y criminal, por las nuevas epidemias como resultado de la eliminación de antiguas instituciones de salud, que le servían de protección ante las adversidades externas.
El incremento de las expectativas de vida que surgió de la etapa anterior, de la mano de la consolidación de la sociedad industrial y del Estado de bienestar, no sirve de mucho ante la proliferación de la muerte antes de cumplir con las estadísticas que establecen un supuesto incremento en los años de vida.
El día de muertos son auténticos días de muertos.