Entre los más graves y evidentes riesgos que tiene Marko Cortés Mendoza, como nuevo presidente del Comité Ejecutivo Nacional (CEN) del PAN, está la suma a su equipo, como casi seguro coordinador del Grupo Parlamentario panista en el Senado de la República, del ex gobernador poblano Rafael Moreno Valle Rosas, experto en dar bandazos y traicionar, siempre privilegiando su proyecto personal.

Además, como pendientes ineludibles, como bomba de tiempo, la muy frágil y supuesta unidad entre morenovallistas y panistas tradicionales en Puebla.

Luego de su triunfo abrumador en las elecciones de este domingo, con 79 por ciento de los votos de los miltantes, el michoacano ahora deberá cumplirle, al menos es lo que espera el ex inquilino de Casa Puebla, a Moreno Valle con la destitución, apenas termine el actual periodo ordinario de sesiones, de Damián Zepeda Vidales, como jefe de la bancada albiazul en la Cámara Alta.

El precio por el apoyo del poblano es muy alto, si se considera que no tiene consigo la mayoría de las simpatías de los 24 senadores y senadoras de Acción Nacional, y porque también se deja en el camino la aspiración a ese mismo cargo que tenían la ex candidata presidencial Josefina Vázquez Mota y Gustavo Madero Muñoz.

Los dos se quedarán con las ganas y, por supuesto, no estarán contentos con la coordinación de Moreno Valle, quien ya dejó ver que pronto tendrá “mayores responsabilidades” en el Senado, según dijo en entrevista luego de emitir su voto en la interna panista.

El pago de factura se encareció aún más, porque Cortés Mendoza debió pasar por encima de tres de sus principales colaboradores de la campaña por la dirigencia panista, quienes son opositores en Puebla al morenovallismo y han padecido en carne propia las afrentas del hoy senador.

Humberto Aguilar Coronado, Juan Pablo Piña y Rafael Micalco Méndez, sus coordinadores nacional, en la Cuarta Circunscripción y en el estado, respectivamente, debieron tragarse las ofensas y la persecución y exclusión de que fueron víctimas, por los acuerdos que el nuevo dirigente panista selló con el grupo de los gobernadores y ex gobernadores, para dar la coordinación senatorial a Moreno Valle y además cederle la plaza de Puebla, para que siga mandando y poniendo dirigentes a su antojo.

Esa aparente “reconciliación” —así, entre comillas— que representa la cercanía de estos poblanos agraviados por el morenovallismo y la corriente del ex gobernador, se ve desde ahora frágil, muy posiblemente breve y colgada con alfileres.

Otro tema que debe estar analizando con cierta preocupación Marko Cortés y su primer y verdaderamente fiel equipo es el peligro que representa el empoderamiento, como coordinador de los senadores, de Moreno Valle.

No hay que olvidar que el poblano tiene una aspiración personal y no repara en alianzas ni lealtades, si éstas resultan un estorbo para sus aviesos fines.

Moreno Valle además, según ha trascendido en varios espacios, es quien impulsa en el PAN la postura de negociación, incluso abyecta, con el nuevo régimen que encabeza el presidente Andrés Manuel López Obrador y la mayoría del Movimiento Regeneración Nacional (Morena) en las dos cámaras del Congreso de la Unión.

El ex mandatario busca serle útil al tabasqueño, tener espejitos que venderle, pues ahora mismo no representa nada ni tiene algo que ofrecerle.

Esa estrategia morenovallista respecto al lopezobradorismo es contraria a la mayoría de panistas que ven en el enfrentamiento abierto y constante contra el nuevo régimen, la manera más viable de recuperar terreno electoral dentro de tres años, con los comicios intermedios.

Asimismo, hacen honor, desde su punto de vista, a la tradición de Acción Nacional, como oposición digna.

La pregunta es inevitable: ¿tiene Cortés el antídoto para el alacrán que se acaba de echar encima?