No entiendo: nos desgañitamos pidiendo, implorando por que las cosas cambien, pero seguimos haciendo las mismas “tarugadas y pensando igual.” Queremos que las cosas cambien pero que sean otros los que las cambien, porque YO estoy bien, lo que YO creo y hago es lo correcto.
No queremos aceptar que todo cambio, por mínimo que sea, requiere de un esfuerzo. Nada, absolutamente nada, cambia si la “otra parte” no hace un esfuerzo por lograrlo. Entonces, ¿por qué nos negamos a realizar ese esfuerzo?, irónicamente porque le tenemos pavor a que lo que “ya conocemos desaparezca”.
No estoy seguro de que lo nuevo vaya a ser mejor —más vale malo por conocido que nuevo por conocer—. Y así vamos rodando, rodando tristemente a un despeñadero seguro e irremediable.
Una chimenea jamás te brindará calor si no le pones los leños y los enciendes. Seguro es que lo que ahora te digo, lector querido, no es nada nuevo y ni pretendo que esto lo sea. Mi único interés, mi único deseo, es recordarles que estamos tan sumergidos en la lucha por sobrevivir que es lógico que perdamos de vista algo tan obvio.
Cambia tú y todo cambiará. Quizá si empiezas por revalorarte, por amarte un poco, por reconocer que eres importante y reconocer que quizá seas tú mismo quien te restas importancia y valor. ¿De qué color es el cristal con que te miras? Cambia de optometrista, es un pequeño esfuerzo que te permitirá descubrir porque “nadie te comprende” y porqué las cosas no cambian…a lo mejor eres tú el que no quiere cambiar.