Esto del toreo se debe defender a capa y espada –nunca mejor aplicado el tópico- frente a toros de verdad. Para que nadie pueda cuestionarnos nuestra afición, todos los que amamos la tauromaquia debemos defender la verdad en la lidia y la lealtad en el trato a ese viejo amigo que se llama toro.
Los políticos tontos argumentan cosas como que a los toros para lidiarlos se les unta vaselina en los ojos, se les clavan tachuelas en las pezuñas y se purgan, entro otras muchas aseveraciones falsas. Había que explicarles que un toro que no ve bien es la cosa más peligrosa del mundo. A grandes maestros de la tauromaquia los han matado toros burriciegos, es decir, que no veían bien. Al caso, la muerte del más grande torero de la historia, a Joselito El Gallo, al que se llevó por delante un toro que no veía bien, llamado “Bailaor” de la casa de la Viuda de Ortega. El toro se arrancó de largo, al no ver bien, inesperadamente cambió de dirección encontrándose al matador y lo prendió por el vientre.
Las tachuelas en las pezuñas no hacen la menor mella en las patas de los toros, porque no alcanzan ningún punto sensible, y a ver, quién es el guapo que le pone un clavo a un bravo para lastimarlo. Además, un bovino de lidia enfermo o disminuido no dará al diestro ninguna oportunidad de triunfo real.
No, las trampas no van por ahí. Las trampas van por otro lado. Por ejemplo, lidiar novillos engordados anunciados como toros adultos y con las puntas de los pitones mutiladas. La emoción del toreo estriba en el juego de crear belleza en los linderos de la muerte. Nadie que haya visto una verdadera corrida de toros, sea adepto o no, puede negar que la faena es un espectáculo conmovedor y luminoso.
Sin embargo, hay corridas que se cimientan en la duda y de eso a no volver a la plaza, hay una línea muy tenue. La del domingo pasado en la Plaza México deja mucho que desear y resta convocatoria. No soy afecto al rejoneo, porque creo que no se vale matar toros mermados de su armamento. Pero, entonces, ¡pobres caballos!. Si los toros de don José María Arturo Huerta no hubieran estado tan tremendamente mutilados de sus pitones, hubieran despanzurrado a más de tres de los finísimos jacos de Andy Cartagena. ¡Así, no se puede, oigan!. Muy bonitas las cabriolas y las levantadas y el paso español. Luego, mucho circo, pero toreo, lo que se llama toreo, no hubo y sí alcances sin resultado que de algún modo, seguramente menoscaban la voluntad de acometer de los toros. Rejones de muerte, banderillas, banderillas cortas, pinchazos y estocada, o sea, al final, los pobres toros desarmados pesaban media tonelada más por todo el acero que llevaban enterrado en sus carnes. Con las cosas de este modo –si gustan, recuérdenme a mis muertos- me pongo del lado de los animalistas.
Arturo Macías sigue confiado en que el toreo sin desfondarse lo sacará adelante. Por ejemplo, su primer toro fue bueno, sobre todo, por el lado de venderse caro, lo que sirvió para dejar en evidencia al matador de Aguascalientes, que no se enteró del magnífico cornúpeta que tenía para bordar el toreo con la izquierda. El domingo, Macías inauguro en Insurgentes la oficina del pase trivial y del desplante fuera de cacho. Además está lo de los desarmes.
Por su parte, Leo Valadez aprobó de panzaso –perdonen, soy profesor y estamos en exámenes finales- a su primero no le vio el lado izquierdo y a su segundo le pegó algunos buenos derechazos.
Que me perdonen toreros, ganaderos, empresarios, aficionados y entusiastas, pero ni todas las marchas del mundo van a servir para defender lo indefendible. Así, que no se vistan de corto para ensayar el toreo de salón en plena calle, frente al monumento de la Revolución, ni griten consignas, ni escriban leyendas en las pancartas. Mejor, pónganse a ejercer su profesión con lealtad y verán cómo vuelven a llenar las plazas. Por nuestra parte, los verdaderos aficionados estamos obligados a aplaudir los toros de verdad y a chillarle a las falsedades. Entonces, sí, si quieren hasta con pancartas.