En los estadios de futbol se enfrentan dos clases de individuos, los cuales, a pesar de tener ciertas cosas en común, son completamente diferentes: los Confundidos y los Ingenuos.
Los Confundidos se dividen en tres tipos: los que ordenan, los que dirigen y los que juegan.
Los que ordenan lo hacen desde un lugar lo más distante posible de cualquier ruido, consejo o reclamo. Hablan mucho, escuchan poco y, cuando conviene, aparecen (aunque sea para negarlo todo). Algunos de ellos, ordenan en serio; otros, sólo disimulan.
Los que juegan, aunque no tienen otra cosa más que hacer, a veces lo hacen bien y otras no tanto. Cabe aclarar, a pesar que a veces piensan y actúan como si así fuera, ninguno de ellos lo hace gratis. Y sí, también los hay de los que valen la pena.
Los que dirigen son los que más jodido lo tienen de los tres: dependen de los humores de los que ordenan y -por encima de todo- de los que juegan, para sobrevivir. Y aunque hay días que son tratados como héroes, saben que están destinados a ser los enemigos.
Del otro lado, están los Ingenuos.
Los Ingenuos hacen muchas cosas: se pintan la cara de un color en específico; uno que habitualmente combina con el de la playera.
Los Ingenuos cantan sin cesar la misma canción, mientras ondean banderas y se amarran la bufanda al cuello.
Los Ingenuos se angustian, se deshacen los dedos a chasquidos y se comen las uñas. También murmuran y observan; y vuelven a murmurar.
Los Ingenuos imaginan, lloran y, muy de vez en cuando, ríen.
Pero por encima de todo, los Ingenuos creen. Es su actividad favorita.
Creen y creen mucho. Creen en los que ordenan y –sobre todo- creen en los que juegan; y también, por inverosímil que parezca, creen que saben más que los que dirigen.
Los Ingenuos creen porque lo ignoran todo. O casi todo.
A diferencia de los otros, los Ingenuos saben lo más importante: que al estadio se va, única y exclusivamente, por la camiseta.
Nos leemos la siguiente semana. Y recuerden: la intención sólo la conoce el jugador.