El senador Alejandro Armenta se colocó en el blanco de los ataques de seguidores de Luis Miguel Barbosa que lo sitúan en una suerte de vértice del mal en un afán por descalificar sus aspiraciones para ser candidato por el Movimiento Regeneración Nacional.
De un plumazo los vocingleros de la causa del ex abanderado en 2018 de la coalición Juntos Haremos Historia lo ven como el eje articulador de dos ‘entes malignos’ como el que representa Mario Marín Torres, el último gobernador priista que tuvo Puebla; y por el otro, el Partido Acción Nacional del extinto Rafael Moreno Valle.
Es como un remedo de la pieza fílmica de Juan Orol: Gángsters contra charros (1948), pero con menos, menos glorias, que el prolífico cineasta.
La febril campaña de los detractores de Armenta decidió apostar por la desmemoria, que siempre atenta contra la inteligencia: obviaron el pasado inmediato cuando desde la Fiscalía General del engendro de Rafael Moreno Valle se enderezó una hostil persecución penal contra Armenta Mier.
El periodo de hostigamiento tuvo dos lapsos clave: en 2015 cuando compitió y ganó una diputación federal y la segunda, cuando volvió a competir por la senaduría que ganó con holgura y de ello hay pruebas irrefutables como la prensa adicta del grupo de Moreno Valle.
Muy poco favor hacen a Barbosa Huerta quienes se han convertido de furibundos defensores de éste, que tiene suficientes méritos para competir en una interna que está por desbordar hasta el exterminio mutuo.
El ex candidato al gobierno de Puebla en 2018, desde su condición opositora, dio muestras palpables de una solvente competencia política, y digna.
Bien harían aquellos en aprender de Barbosa, convertido en el blanco de los ataques de una campaña plagada de excesos y patrañas para entender que la difamación que vive uno de los principales actores de la contienda interna en Morena está por convertirlos en aquello que tanto condenaron en la convulsa elección del verano pasado.
La guerra civil en la que está por convertirse la interna en Morena falta al respeto a las audiencias de la cosa pública, ofende la inteligencia y demerita el debate público.
Y también debería servir de lección a Yeidckol Polevnsky, dirigente de ese partido político porque por primera vez desde que se hizo gobierno, vive un periodo inédito como la elección de un candidato con altas probabilidades de victoria.
Extender la indefinición política profundiza la fractura, ahonda la división e irremediablemente dificultará la reconciliación de los grupos en pugna.
El eje del mal no es uno u otro, sino el radicalismo, la falta de madurez y la ausencia de inteligencia política de los ultras que parecen ganar terreno.
Que alguien se lo diga a la señora Polevnsky antes de que no haya remedio que resuelva posturas irreconciliables.