Se me retuercen las tripas de coraje cuando hablo con gente que critica o se burla de otras personas que, por naturaleza, respetan, creen, aman o sueñan. Para sus críticos, el creer, respetar, amar o soñar, son conceptos que chocan con el “éxito, el triunfo económico y el reconocimientos social”.
Esta idea es aceptada ciegamente, por las mayorías; es más, las escuelas, institutos y universidades graban en el cerebro de nuestros hijos que, para ser exitosos en la vida deberán ser competitivos y brillar más que los demás. Debes ser práctico, no un soñador, porque eso es cosa de ingenuos fracasados, ama el éxito.
Sigue a los triunfadores, no pierdas el tiempo soñando, soñar es pérdida de tiempo, un tiempo que debes utilizar para convertirte en un ser único y envidiable.
Obviamente estas premisas nos han llevado a la ruina como seres humanos, puesto que tan solo el 2 por ciento de la población mundial ha alcanzado la gloria, aunque el otro 98 por ciento carezca de agua y alimento. Resultado: hoy, sobrevivimos en un planeta mortalmente herido, estéril y corrupto.
Tengo la fortuna de convivir con la juventud de hoy y veo su desgano por todo, su mirada triste llena de temor y desesperanza. Me invade una pena difícil de contener. No desean comprometerse con nada ni con nadie, ¿cómo o porqué lo van a hacer si no hay nada para ellos en el presente, ni en el futuro. Es por esto que, sienten un deseo incontrolable por fugarse, por huir de una realidad nefasta, porque jamás se les enseñó a amarse ni a respetar nada ni a nadie, sin embargo, deberán alcanzar el éxito sobre los demás, cueste lo que cueste…. ¿a quién hay que exigirles pidan perdón?