En la tercera entrega de El Padrino, un ya maduro Michael Corleone -interpretado magistralmente por el número uno de todos los tiempos, Al Pacino- sufre un ataque al corazón cuando por azares del destino -y de la mafia, que a veces es más poderosa-, logra entender que por más que lo intente, jamás podrán él y los suyos alejarse del negocio que lo llevó a ser el más temido de los capos: Just when i thought i was out, they pull me back in.

Tras soportar el vendaval leonés en el Cuauhtémoc, muchos no tuvimos de otra más que quedarnos en absoluto silencio y con la esperanza poco menos que destruida, tras semejante zarpazo de realidad.

Había sido una actuación, no digamos desastrosa porque no lo fue, pero sí triste, y que sumada al previo desperdicio ante Morelia y semejante cierre de calendario en el horizonte, no nos dejaba de otra más que desear un cierre digno de torneo, e ilusionarnos con una suerte mejor en la siguiente temporada.

Sin embargo, por esas cosas propias del futbol mexicano, cosas que a pesar de estar normalizadas nos gusta fingir que nos sorprenden y hacen gracia, el futuro de la Franja para hacerse de un lugar en la Liguilla quedó nuevamente en sus propias manos.

Y aunque el depender de sí mismo, muy a menudo, termina convirtiéndose en una nueva decepción para la afición enfranjada, las cosas tomaron un curso contrario a lo habitual; un equipo que supo reponerse ante la adversidad con algo más allá de los típicos y enternecedores arreones de valentía: con futbol, con goles y dejando a su rival sin ápice de vida cuando debió hacerlo.

¿Quién nos lo iba a decir? Justo cuando pensábamos que estábamos fuera, la Franja nos vuelve a meter en el juego de la ilusión. Y no es queja, por supuesto.

Nos vemos el próximo viernes en casa. Nos leemos la siguiente semana. Y recuerden: la intención sólo la conoce el jugador.