Se torea con el capote y con la muleta, se torea con el cuerpo y a caballo, pero también se torea sin hacer nada.

Los Jandilla salieron infumables, más insípidos que un pepino y más sosos que un alemán contando un chiste. La corrida fue un fiasco, claro que un fiasco estilo Madrid, es decir, con toros adultos y bien armados.

Ángel Tellez confirmó alternativa enfrentando a un toro que se acostaba por el pitón derecho y que lo espiaba tirando derrotes en cuanto lo tenía a tiro. Dignidad fue el valor con el que suscribió su quehacer y mató de una estocada de libro, misma que los espectadores pagaron con injusta indiferencia. En el sexto, coloreó de rosa la tarde con ajustadas saltilleras. En el tercio de muerte recibió de rodillas para dejar en claro su manifiesto de intenciones. A cambio, no sacó nada en claro, salvo el buen sabor de boca que dejó en la afición.

Sebastián Castella la quiso dar con queso, pero aquí no se lo comen. Como no cargaba la suerte, toreó con el pico y se quedaba fuera, o sea, enhilado al pitón, la gente se le echó encima. En el cuarto toro, la pensó mejor y con toreo más serio, enmendó la farsa que quiso brindar en el primero. Valor fue la consigna y quieto como un faro de malva y oro, a cambiados por la esplada burló los embates del negro oleaje. Intentó la faena académica, pero el toro tenía muy poco aliento y se apagó muy rápido.

Emilio de Justo que era esperado con ilusión, al igual que los jandillas que no se portaron como sus hermanos de Sevilla, se tuvo que ir sin aportar nada ante la sosería de sus encornados colaboradores.

Sin embargo, como Madrid es Madrid, y de Las Ventas no se sale sin algo guardado en la memoria, el torerísimo detalle de la tarde, corrió a cargo de Sebastián Castella y de Ángel Tellez, cuando en el tercio de quites de Emilio de Justo, el toro se tocó con el torero francés. Paso a paso el animal se fue acercando al diestro y este, como una columna se quedó firme sin mover ni las pestañas. Cuando todos esperábamos la arrancada y el capotazo para librar la acometida, el merengue se detuvo muy cerca del espada galo y ahí, frente a él, alucinó por unos segundos larguísimos. Como no hubo moviento alguno que lo incitara, optó por cambiar de objetivo e hizo lo mismo frente a Tellez. Si el maestro había dictado lección de torería, el confirmado hizo lo propio y resistió la tensión de alto voltaje, entonces, el toro viendo que el par de columnas espartanas se mantenían en su sitio, señoriales y valientísimos, se largó de ahí buscando una capa a la que embestir. Desde luego, la emoción vivida por los espectadores estalló en una ovación clamorosa.

Ser torero es saber estar en todos los terrenos del ruedo y en todas las situaciones que la lidia requiera. Se torea con lances de tanteo, también, con los que manda el canon y con las florituras; se torea con el caballo en la suerte de varas; se torea con el cuerpo en banderillas dejando los morrillos cuajados de gladiolos; se torea con la muleta obsesionante para el toro, los toreros y los públicos; pero también se torea sin hacer absolutamente nada, quedándose más quieto que una estatua.