Cuando ayer se deba por sentado que un rebelde José Juan Espinosa Torres, ex presidente de la Mesa Directiva del Congreso de Puebla, era despojado de todas las prendas legislativas, éste se aferraba a un clavo ardiente.

Poco después de las 14:30 horas se le vio entrar, sin cita previa, en Palacio Nacional, el  histórico edifico del centro de la CDMX a donde regresó la toma de decisiones del poder público en México.

Demasiada agitada ha corrido bajo el puente el agua desde que Espinosa Torres dejó el centro de decisiones del poder político a los que accedió de la mano de Dante Delgado Rannauro, Rafael Moreno Valle y de quien se asumió en Puebla como el propio jefe político: Ricardo Monreal.

Espinosa Torres, aseguran, está herido de forma terminal, lo que impide el desarrollo de su trayectoria política en el nuevo contexto nacional y a la luz de la nueva composición política.

Tal vez no lo sepa, pero cuando López Obrador convocó en Puebla en 2017 a su firma de defensa de la unidad se definió su rumbo: quiso subir al mitin junto al edificio El Carolino de la BUAP cuando el propio López Obrador lo llamó ‘el niño maiceado’.

Y poco después sucede con Héctor Alonso Granados. El aún legislador del Movimiento Regeneración Nacional que más autenticidad ha ganado en su pasado legislativo está en el borde de su militancia en Morena.

Con más oficio que aquel, Alonso Granados fue capaz de romper con el grupo de Mario Marín Torres cuando el ex gobernador priista no tenía el escándalo internacional de la detención de Lydia Cacho  y por tanto, un mandatario como lo sugiere el sistema político en México en el: ‘El reino de los mandatarios no tiene fin’.

Alonso Granados ha tenido el arrojo de romper con los grupos que lo han hecho legislador en momentos determinados de la historia.

José Juan en cambio ha medido cada uno de sus pasos. Un día caerá por la falta de autenticidad.

@FerMaldonadoMX