Las historias se cuentan por cientos en el interior de los penales de Puebla. Todas ellas están llenas de horror, método infalible para gobernar sus espacios.

Todavía en estos días hay quien en estas últimas noches, entre semana, se ha visto ingresar a grupos de mariachi y banda para amenizar fiestas que los varones de San Miguel requieren para ayudarse a sobrellevar de una forma menos penosa el encierro carcelario.

Es fuente y origen de muchos de los males que padece la sociedad y que coloca al sistema como uno de los puntos en donde comienza y termina la carrera delictiva del individuo que cae en el interior de los muros de los grandes centros de reclusión en México y en el estado.

El negocio intramuros rebasa en mucho los límites de lo indecible. Sus áreas confinadas para dirigir y operar secuestros, extorsiones o ejecuciones hacía el exterior han sido por años, una práctica habitual por un sistema de impartición de justicia quebrado.

La venta de todo en la cotidianidad de la cárcel no tiene límite. Las visitas conyugales convertidas en congal en una penitenciaría como la de la capital de Puebla dibuja fielmente el nivel de descomposición de la vida de un interno: sólo podrá tener acceso a una cubeta de agua, cigarros, almohada o cama quien tenga para pagar. Manda don dinero.

No hace mucho un preso político durante el régimen de persecución que encabezó Rafael Moreno Valle narró la forma en la que una noche fue llevado a una celda ocupada por un poderoso interno, acusado de cobrar venganza por un agravio personal y que había decidido financiar una cacería en contra de los victimarios de su familia para luego disolverlos en ácido.

Sobre una mesa, una cantidad considerable de polvo blanco y una botella de licor; el virtual dueño del penal, encaró al perseguido político. Durante casi tres horas fue insultado y advertido que iba a morir por un diferendo del pasado, en ese momento.

Pasaron las horas mientras otro reo, terriblemente golpeado y sangrante en un rincón de la celda, por una golpiza recibida momentos antes, estuvo inmóvil: un pedazo de infierno.

Así pasó el tiempo y la vida del increpado, hasta que lo dejaron regresar a su celda. Respiró profundo y supo que la suerte, o un poder divino, habían obrado en su favor.

Había salvado la vida de milagro frente a un personaje que ya había dado muestras tangibles de no respetar la existencia de ningún ser vivo sobre la tierra. El mismo que había ordenado la carnicería fuera, dentro se había convertido en dueño de todo, hasta de la diversión: organizaba fiestas con boleto pagado.

Por eso cobra hoy más notoriedad que nunca la intención de Miguel Barbosa de traer mandos militares para el control de los penales en Puebla. Y los intereses que se van a ver afectados deberán ser medidos con detenimiento.

No por nada hace poco un funcionario del gabinete esbozó el riesgo que se va a enfrentar. Los cayos que se pisan con este tipo de decisiones no deberán pasarse por alto. El riesgo que se corre es costoso pues va en contra de una tradición siniestra que durante años fue permitida y hasta alentada.