Como símbolo del movimiento magisterial en la zona centro del país, está el municipio de Panotla a unos cinco minutos en auto, de la capital de Tlaxcala. Es un pueblo pequeño en el que vive una cantidad notable maestros, egresados de las escuelas normales rurales de esa entidad y de Puebla.

De ahí salen a sus centros de trabajo en los distintos rincones de la región, que llega a alcanzar algunos sitios en el Estado de México, Hidalgo o Puebla. La apacible vida del lugar apenas se ve alterada cuando la fiesta patronal, el tercer domingo de diciembre.

Tal vez por ello el joven originario de Huamantla César Manuel González era conocido en la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa cono ese apodo: El Panotla. Formó parte de los muchachos que participaron en la recaudación de dinero (en Iguala, Guerrero) para participar el 2 de octubre en las actividades conmemorativas de la Matanza de las Tres Culturas en Tlatelolco, ocurrida en el año de 1968.

De acuerdo con el blog AyotzinapaSomosTodos.com, el hijo de don Mario González, el estudiante de la Escuela Normal Manuel Isidro Burgos era también conocido como El Marinela por la habilidad mostrada para manejar una camioneta de esa empresa en una ocasión en que el chofer cedió el volante en una aventura estudiantil de la que todos rieron.

Rescatar esos fragmentos en la vida de un puñado de estudiantes será siempre necesario para no olvidarlos. Habrá que contar la vida de cada uno de esos jóvenes a quienes sus captores y victimarios pretendieron borrar de la faz de la tierra como si fueran poseedores de esa potestad divina.

La narrativa del titular de la Procuraduría General de la República, Jesús Murillo Karam no dejó lugar para ponernos a salvo de la inmundicia de los ejecutores: sometidos, ejecutados algunos, muestreos otros en el traslado, fueron todos llevados al matadero como carne para el carroñero y su gula de sangre.

Los dientes están tan calcinados que casi con tocarlos se convierten en polvo”, dijo Murillo Karam cuando alguien en la rueda de prensa preguntó sobre las prácticas periciales para identificar la autenticidad de los restos encontrados entre Cocula e Iguala.

Entre ellos estaba El Panotla, este jovencito de tenía apenas 19 años que edad, estudiante de la Escuela Normal Rural Manuel Isidro Burgos en Ayotzinapa, originario de Huamantla, Tlaxcala y que de acuerdo con la definición de alguno de sus compañeros sobrevivientes de la actuación de los matones de Guerrero, era bien desmadroso y buen amigo.

La noche triste del 26 de septiembre en que estos estudiantes cayeron en manos de un grupo de criminales que los ejecutó, los quemó —algunos de ellos vivos— y luego trituró su estructura ósea no ha merecido más que el silencio de agrupaciones tan poderosas como ajenas al dolor de gremio (como el SNTE).

En el caso del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, enmudecido por un entreguista dirigente como Juan Díaz de la Torres y de tantos actores del ámbito educativo que prefirieron guardar un cómodo y ominoso silencio.

Escribir y contar la historia de los jóvenes ejecutados por un grupo de criminales debe ser un ejercicio metódico y necesario para evitar el olvido. No se puede permitir a estos matanceros conseguir el propósito criminal de borrar todo vestigio de la vida humana a la que tenían derecho estos muchachos.

La Parabólica que usted leyó fue escrita y publicada en noviembre de 2014, dos meses después del 26 de septiembre de aquel año. Muchos de los actores de instituciones como la PGR y SNTE ya no están en esos encargos; Enrique Peña Nieto entregó la Presidencia a Andrés Manuel López Obrador, pero la demanda sigue siendo pertinente: no debemos olvidar, por la memoria de los jóvenes muertos.