Debió ser fascinante. Un pasaporte al antaño luminoso, una corrida fuera de tiempo, es decir, a la usanza de los toreros machos y que después de lidiar con un par de cojones y cara de hombre, se ponían a hacer cosas “bonitas”. O sea, fondo antes que forma. La corrida concurso de ganaderías que se dio el 15 de septiembre pasado en Las Ventas, trajo consigo el espectáculo portentoso que es el toro de lidia, el verdadero, el musculoso, de puñales afilados por pitones, con la malicia que da la edad y de una belleza inmensa. Trapío desbordante por los cuatro costados. Es que nos hemos olvidado de que el toro por sí sólo, galopando en busca de poner a todos en su sitio, ya es un espectáculo grandioso.
De privilegio el asunto. Las ganaderías que concursaron fueron: La Quinta, con un hermosísimo entrepelado y cornivuelto magnífico toro, bravo y exigente, que fue el ganador de la competencia; la casa de Baltasar Iban aportó un pupilo que se movió con alegría; El hierro del Marqués de Albaserrada echó a la arena un bicho, que recordó los tiempos en que ni los toros ni los toreros se producían en serie y que por eso, podían salir malísimos como este frijol en el arroz, que se orientó pronto y buscaba al diestro, hasta que lo encontró; la ganadería portuguesa de Murteira Grave, encerró una lindura que tenía unos pitacos largos y astifinos como para adornar cantinas y que mostró bravura, pero se fue apagando; el de Pedraza de Yeltes prometió, pero, al final, no cumplió; y como sustitución, el sexto fue uno de Rehuelga, divisa de todas mis preferencias y que tuvo mucha calidad.
La media docena la mataron los toreros con alientos de héroes de epopeya griega, Fernando Robleño, Rubén Pinar y Javier Cortés, que salió con una grave contusión y cogida en el rostro y en el ojo derecho.
El regreso de la verdad a la plaza con toros de ese calado, trae consigo la emoción y otras cosas olvidadas -debemos considerarlas si queremos que la fiesta de toros resurja-, por ejemplo, que la actuación de los toreros provoca una tremenda admiración y no la velada sombra de saber que, en el fondo, nos están viendo la cara. Además, uno puede aprender mucho sobre el difícil arte que es lidiar antes de levantar las pompis y ponerse a torear bonito. A su vez, la bizarra suerte de varas se revalúa cuando la gente ve al toro arrancarse de largo y levantar al caballo, mientras el picador recarga con toda justificación y castiga con la puya.
Una corrida así, me mueve a la ilusión. Vamos a liberar a la loca de la casa, como Santa Teresa de Ávila llamó a la imaginación y como Rosa Montero nombró a su novela. Bajo la consigna que la literatura no dice las cosas tal como pasaron, sino como le hubieran gustado al escritor que fueran, propongo que imaginen que en la Feria de Tlaxcala se dejaran de cuentos y se organizara una verdadera feria del toro. Piensen ustedes en tres corridas de concurso y una final de ganadores. Que se nombrara un jurado de especialistas compuesto por aficionados, críticos, toreros en retiro y lo que ustedes digan, convocando a gente decente, que calificaran bravura, fuerza, estilo y estampa. Por decir algo, tres toreros por tarde, un festejo con un toro de cada una de estas casas -puristas, ahórrense la bronca, el orden es alfabético-: Aurelio Franco, El Vergel, Garfias, Jaral de Peñas, Real de Saltillo y San Mateo.
Soñar no cuesta nada, segunda corrida: Arroyo Zarco, El Batán, Los Encinos, Magdalena González, Santa María de Xalpa y Torreón de Cañas.
Tercer festejo, para De Haro, García Méndez, La Joya, Piedras Negras, Tenexac y Zacatepec.
Una tarde final, con dos toros de cada una de las vacadas ganadoras, repitiendo a los toreros triunfadores y premio para el ejemplar superior, el mejor matador, el picador estrella y capote de oro para la brega más aventajada.
Ustedes se preguntarán qué habrá fumado el escritor, para atreverse a estas propuestas. Lo sé, un concurso de este nivel requiere mucho tiempo, trabajo, carga testicular y voluntad de cambio. No, no me di las tres sin muleta y con un porro, sólo he querido jugar al entretenido juego de soñar absurdos, resultado de asomarme al primer mundo y observando frustrado lo que allá pasa, he empleado a la escritura en su aspecto terapéutico, que, por si no lo saben, también tiene ese beneficio, por ese afán curativo, en la Divina comedia, Dante tostó a sus enemigos en el mismísimo infierno.