Nada nuevo en el carrusel de entrevistas que el ex secretario de Gobernación, Fernando Manzanilla, hizo en medios en la Ciudad de México, salvo que no quiere ser candidato a edil, sino a gobernador de Puebla. Así lo consignó el autor de la columna Arsenal, Francisco Garfias en Excélsior.

Lo que llama la atención es la persistente voluntad, al menos en la línea discursiva de coyuntura para negar lo obvio: que fueron sus personeros quienes soltaron la versión de que sería él y sólo él quien tendría el poder detrás de Miguel Barbosa. Eso lo sabe su colaborador Francisco Ramos, un habilidoso ex subsecretario para hacer negocio en la función pública.

La renuncia de Manzanilla Prieto tampoco fue nada nuevo, se había anticipado desde hace casi tres meses. Colgarse la caída por un nuevo elemento difamatorio en el ámbito de la opinión pública es bastante pretencioso.

Propios y extraños, seguidores y detractores, sabían que el ex titular en Gobernación era por lo menos desde octubre del año pasado un elemento de ornato en la oficina que ocupó hasta este martes, en Casa Aguayo.

Tienen razón quienes han salido en su defensa, al subrayar a toro pasado, que las maletas estaban listas para mudar de actividad política: del gobierno de la Cuarta Transformación en Puebla a la Cámara de Diputados en San Lázaro.

Son los mismos que increparon a periodistas y analistas cuando se subrayó la gélida relación entre el gobernador Miguel Barbosa y el propio renunciante. Manzanilla no fue ya el operador que prometía estabilidad y gobernanza para la administración que comenzó el 1 de agosto de 2019.

A las pruebas: Hace poco que se filtró una conversación telefónica entre el ahora ex titular de Gobernación y un funcionario de Tehuacán en el contexto del encarcelamiento de Felipe Patjane. Había quedado bastante claro que lo habían chamaqueado. No sólo demostraba falta de capacidad en la operación, sino candidez en una responsabilidad en la que esa virtud es pecado capital.

Un detalle ilustra la penosa condición en la que terminó en su oficina de la sede del gobierno estatal: hace tres semanas se reunió a desayunar con un empresario de medios y cuando el mesero depositó la cuenta sobre la mesa, hubo un pequeño gesto de cortesía de parte de ambos para pagar el consumo. Manzanilla se impuso en esa pequeña escaramuza verbal con un argumento imbatible: “déjame pagar, es de los últimos privilegios que tengo como Secretario de Gobernación”. Y pagó la cuenta

Las razones por las cuáles se produjo la renuncia largamente anticipada están en una columna que el director de Intolerancia Diario, el periodista Enrique Núñez publicó el 30 de octubre del año pasado, cuyo título era revelador “Los días contados de Manzanilla”.

La narrativa de ese texto es precisa: ambición y traición a un proyecto del que él mismo formaba parte casi de manera natural, en tanto promotor de Andrés Manuel López Obrador desde 2017.

Pagó con una moneda de cambio a un gesto de confianza que Barbosa le dispensó cuando sugirió su nombre como titular de Gobernación en el interinato de Guillermo Pacheco Pulido. Son datos duros a partir de hechos insoslayables.

Lo demás es historia.