En 1985 fui nombrado Jefe del Departamento de Empresas Agropecuarias de la Universidad Autónoma Chapingo (UACH). Como inexperto, mi primera decisión fue sustentada en una pregunta muy elemental ante una autorización pedida por un colaborador. “¿Y como le han hecho antes?”, cuestioné. Y ante la respuesta decidí, “háganlo igual mientras encontramos una forma mejor”.

Acceder al poder requiere de un alto grado de preparación para definir objetivos, vencer miedos, controlar ambiciones y superar tentaciones permanentes. Hay quienes llegan preparados, otros deben aprender. Hay quienes nunca saben para qué llegaron, ni les interesa.

Muchas responsabilidades públicas, al menos las mejores, siempre llegan por invitación. Desde ser jefe de grupo escolar, organizador de la fiesta de graduación, presidente de colonia, comisariado ejidal, presidente del club, presidente municipal, gobernador, hasta presidente de la república.

Está comprobado que la autopromoción a los cargos no es la mejor vía si no hay un antecedente de trabajo, un plan preestablecido, integridad y claridad sobre la función a desempeñar. “Juan Camaney” casi siempre falla, porque crea expectativas muy altas. Muchas de éstas, por engaño.

Todas las responsabilidades públicas fracasan cuando se desempeñan con un objetivo distinto al de servir a la institución que se representa y se dejan de hacer las tareas encargadas a la misma.

Fracasan los servidores públicos que piensan primero en servirse antes que servir. Aquellos que desconocen que el cargo no hace al individuo, porque es el individuo quien siempre hace al cargo. Nunca el beneficio puede estar antes del servicio. Un corredor no puede reclamar el trofeo antes de correr.

Fracasan quienes no tienen al sentido común como su principal auxiliar y se dejan asesorar todo el tiempo por el prejuicio, por el odio, por el qué dirán y se conducen con rencor en la vida privada y pública.

Nadie nace sabiendo; el aprendizaje es un proceso permanente. Todos los días se aprende y de todas las personas, de todas la edades y condiciones sociales. Se aprende de los libros, de los errores y éxitos de otros, de experiencias lejanas o cercanas. Se aprende de los mejores. Cuando se deja de leer se deja de dirigir. Cuando se deja de aprender se empieza a morir.

Como rector de la UACH, también inexperto, en lo primero que pensé fue en integrar un Consejo Académico Consultivo de la Rectoría, con los profesores-investigadores de mayor experiencia. Ahí se analizaban los principales problemas y propuestas antes de adoptarse. Nadie puede saberlo todo.

Esta práctica la mantuve, siempre que había oportunidad, en las diferentes responsabilidades públicas. Como delegado de SAGARPA Puebla formé un Consejo Consultivo General, uno para las energías alternativas y uno para decidir las semillas que se deben autorizar para sembrar en el estado, de acuerdo con la Ley en la materia.

Hay tres lecturas que me ayudaron a mejorar mi desempeño. Reconozco que las encontré ya tarde porque mi objetivo se centró en la lectura técnica.

El Manual hindú del buen gobernante, de  Firdaus Jhabvala, debería ser un libro de cabecera para los futuros gobernantes y líderes. En otra colaboración anterior lo he resumido.

De jefe a líder, de Francisco Roca, cambió la forma de tratar a las personas y colaboradores. Como inexperto, también he sido mal jefe y omiso del ambiente laboral adverso. No se puede llegar regañando a una reunión. Ni exhibir errores o corregir en público. Mucho menos echar la culpa a los demás. Ser jefe no es lo mismo que ser un líder.

Reducido al reino de los pingüinos, de Bárbara Hateley y Warren Schmidt, es un extraordinario libro que dice que en todas las naciones, organizaciones, sociedades, familias, comunidades, partidos políticos, razas y religiones, hay buenos, regulares, malos y peores. No se puede, por lo tanto, generalizar y etiquetar a las personas en función de su pertenencia a estas identidades. La recomendación es integrar a los mejores.

Desarrollar la cultura para reconocer a los mejores y tomar su ejemplo es algo que nos ha costado mucho trabajo. Creer que somos mejores que los demás ha limitado ser generosos. Líder es aquel que resalta las virtudes de los demás de tal manera que ellos se den cuenta.

Sea o no experto, todo servidor público entrante tiene la necesidad de saber qué hizo el saliente. Y éste, tiene la obligación de explicar a quien lo sustituye sobre lo realizado, lo pendiente, lo crítico, lo que funcionó y lo que no.

Hay gobernantes tan sabios que han preferido omitir este paso. Los hay tan sobrados que se sienten tan diferentes a los demás, que el cargo que desempeñan no los merece. Y, ¿cómo le hacían antes?