Cuando éramos niños, mis primos y yo jugábamos al toro, porque en esos tiempos era común que un chico prefiriera ser matador, que jugador de futbol. Hoy estamos más mal, ahora, muchos sueñan con ser narcotraficantes. Pero en aquel entonces, no. El problema comenzaba a la hora de confeccionar el cartel y anunciarnos con nombres de figuras de la vida real. Para elegir los toros que íbamos a lidiar con toallas, como capotes y las telas de los costales de alimento para las gallinas, que traíamos de la granja y a los que solo bastaba ponerles una vara por dentro como estaquillador para que quedaran armadas las muletas, no había problema, siempre eran de Piedras Negras, La Punta, San Mateo, La Laguna, ¡claro! Santo Domingo y otras que estaban muy en boga.

Pero ponernos de acuerdo en lo de quién sería quién era más complicado, es que todos aspirábamos al nombre de Paco Camino. Por ello, antes de la corrida, entre discusiones y el empujón que desataba las pasiones, dábamos una función de box, en la que había que chantajear al que salía con la nariz sangrando y que por conveniencia, para que no fuera a acusarnos con nuestras madres, obvio, lo dejábamos ser “El niño sabio de Camas”.

Lo que quiero decirles es que Paco Camino fue el torero de mi niñez y el que marcó mi gusto por la ejecución clásica para siempre. Si alguien pretendiera llamarse figura del toreo, tenía que ser como el sevillano de oro. Les conté todo lo anterior, porque al gran Camino, en días pasados le dieron el XIV Premio Nacional Universitario de Tauromaquia Joaquín Vidal.

Este reconocimiento lo otorga el Círculo Luis Mazzantini que reúne a aficionados intelectuales. La ceremonia se llevó a cabo en el Colegio Mayor de San Pablo de Madrid. Las palabras las dirigió el profesor Javier López-Galiachio y se refirió al gran diestro como “el Mozart del toreo” y ya se sabe, la principal característica de la música de Mozart es que él fue un clásico entre los clásicos, intrepidez y dogma son la combinación de incalificable belleza. Sí, así fue el toreo de Paco Camino.

El que en una universidad de tanto prestigio como lo es la de San Pablo, con un premio y un discurso hayan emocionado tanto al maestro Francisco Camino Sánchez, vale la pena comentarlo. Dice el diario El País, que el espada afirmó: “He sido muy crítico conmigo, y nunca necesité que me “arrearan” para alcanzar el triunfo”.

Sus chicuelinas no tienen comparación y su toreo con la muleta, sobre todo con la mano izquierda fue de enorme pureza. Más de cincuenta veces se vio anunciado en las ventas y salió en doce ocasiones por la Puerta Grande.

Su leyenda aumentó para mí, cuando en la adolescencia, mi padre me contó que, en Barcelona, un toro había matado a Joaquín Camino, hermano y subalterno de Francisco y qué éste había visto toda la tragedia quedándose en la arena con gran entereza.

El gusto que me dio leer la noticia es muy grande y va acompañado de enorme nostalgia, eran tiempos en que los maestros se iban para atrás por lo que pesaba su torería. Por eso, después de tantos años y tantos toreros vistos, si de nuevo jugáramos a los toros, me volvería a liar a cates para que me tocara ser el gran “niño sabio de Camas”.