El catálogo de colaboradores es del más alto rango y por ello, tendrá una altísima calidad en sus contenidos. Quites es una revista taurina editada por la Diputación y la Generalitat de Valencia. En su confección han colaborado grandes personajes de la cultura contemporánea y como coordinador ha fungido el periodista Salvador Ferrer.

En cuanto al ámbito literario, están los nombres de los poetas Joaquín Sabina -uno de mis cantautores predilectos-, Carlos Marzal y Francisco Briones, y el de la novelista Karina Sainz Borgo. Respecto a la antropología filosófica, FranVois Zumbiehl y Gonzalo Santoja aportan sus letras. La revista incluye colaboraciones de los periodistas Muriel Feiner, Javier Villán y Paco Aguado.

En el ámbito de las artes plásticas contiene obra de los pintores Diego Ramos, Loren Pallantier, Lora Sangrán y Antonio Andrés Nicolau y el diseñador Francis Montesinos. En lo concerniente a la fotografía incluye impresiones de Sasha Gusov, Ugo Cámera y Anya Bartels-Suermondt.

Por parte de la torería colaboran en este número once de la revista Quites, los maestros Luis Francisco Esplá y José Antonio Morante de la Puebla.

La ilusión que enciende la revista me lleva al librero, busco José Tomás. Serenata de un amanecer, y en las primeras páginas están los versos de Sabina:

“De purísima y oro concebido,

prófugo de la muerte y el olvido,

sangre sabia, pasión por soleares,

corazón repartido en alamares,

sacerdote de un rito milenario

que incendia la razón y el calendario

[…]”.

En el encierro forzado de estos días, sobra tiempo: El poema me decide a conformar una revista Quites imaginaria. Empiezo a hojear el libro y las fotografías que Anya Bartels-Suermondt hizo de El príncipe de Galapagar son instantes detenidos de soles y algarabías, vistas al ruedo y a los tendidos y al cielo; renacen decenas de faenas, hay música, huele a toro bravo, a tabaco y a claveles.

Luego, busco el volumen Sentimiento del toreo, compilación hecha por Carlos Marzal, me detengo en su texto “La quietud en el toreo”: “Porque llamamos quietud, en realidad, a lo que se mueve, pero a lo que se mueve conforme a una especial manera de estatismo. […] La quietud no es inmovilidad, sino lentitud más bien. En primer lugar nuestra quietud necesita del concurso del toro, que no puede estarse quieto, que no debe estarse quieto, sino embestir como lo manda el dios de la tauromaquia […]”, y sigo disfrutando de esa disertación sobre la lentitud, que es el verdadero concepto del toreo y al que llamamos quietud porque el tiempo cronológico desaparece en favor del tiempo anímico.

Recurro también a El torero y su sombra, del querido amigo FranVois Zumbiehl y me recreo en la suerte con un párrafo que para mí es lema de vida y estandarte: “Para que la obra dibujada en el aire no se desvanezca en su propia transparencia, hay que contemplarla a la sombra de la nostalgia o de la serenidad, en el claroscuro de la intimidad del artista”.

A su vez, guardo una colección electrónica de imágenes hechas por fotógrafos famosos, no sólo de tema taurino. En ella busco la bellísima fotografía de Sasha Gusov en la que volvió eternos a una chica y al diestro Paco Ureña; después de muerto el toro y tras una paliza descomunal recibida por el torero, sobre la arena, ella se levanta en las puntas de los pies para besar al héroe.

En cuanto a algunos otros autores me adentro en la red electrónica y encuentro muestras de sus obras. Del pintor colombiano Diego Ramos voy tras el óleo de Antoñete, Curro Romero y Rafael de Paula, allí están los tres místicos, el maestro Chenel al centro.

El juego imaginativo armó mi propia revista. Más allá de lo magnífico que pueda ser el número once de Quites, su esencia es que concibe al toreo en su dimensión universal y desde una visión antropológica porque el quehacer en el ruedo atañe a los más grandes valores humanos. Ver la tauromaquia simplemente como algo bonito es tan pobre como una novela que sustenta su valía en la anécdota y no en la profundidad de la sicología de sus personajes. En literatura, desde que empezaron las Vanguardias, ya no hace falta la anécdota, lo que cuenta es el interior del que narra y del que lee. Así en la arena, lo que vale es el sentimiento y la lealtad del que torea, y la sensibilidad del que mira torear. Para lograr un disfrute más competente, hay que estar rebosados de cultura, sólo así apenas se alcanza a vislumbrar la grandeza de lo que la lidia simboliza.