No se vale. Eso es una cochinada, un golpe bajo, una puñalada trapera. Miren ustedes, que en Bogotá la legislatura proponga que ya no se utilicen puyas ni banderillas ni estoques, pues todavía pasa. No estoy de acuerdo, pero pasa. Entiendo que en la nueva normalidad, un rito de sangre ya no tenga cabida, que por tanto, se prohíba lastimar a los toros y que por ello, los concejales intenten prohibir la corrida en su modo ritual y que la quieran convertir en un espectáculo superficial e intrascendente. Va, lo comprendo, los seres humanos contemporáneos nos conmovemos con el sacrificio del toro y no queremos que lo maten, por lo menos, no frente a nosotros, lo que pase allá atrás, en los corrales, eso ya es cosa de carniceros y a nadie le importa la sangre ni el destazadero.
Aceptando sin conceder, eso todavía lo entiendo, lo que no trago es que el concejo de esa ciudad haya aprobado un proyecto de ley en el que además de la prohibición de sangrar y matar a los toros, incluya varios aspectos para desincentivar las corridas. Eso, mosquea porque ya es atentar contra las libertades humanas y los derechos de una minoría, la que formamos los que somos aficionados a las corridas de toros.
Son políticos y conceptos como el honor, la decencia y la vergüenza, los tienen sin el menor cuidado. En una propuesta de ley contra el maltrato animal no se vale añadir puntos para que dar una corrida, incluso incruenta, se vuelva algo casi imposible. Es que la proposición de los concejales incluye aspectos como que se reduzca a cuatro festejos un serial que se daba con ocho y además, que se restrinjan los recursos públicos para su desarrollo. También, proponen aumentar los impuestos a los empresarios, que pagaban el diez por ciento y ahora, tendrán que tributar el veinte y a su vez, la moción exige que las actividades involucradas en el desarrollo de una feria taurina, sean pagadas por los organizadores, como el costo de la seguridad brindada por la policía. Además, el documento pretende que en los festejos haya publicidad referente al maltrato animal, como se hace con la impresión de los daños que causa fumar, en las cajetillas de cigarros de los países tercermundistas.
Bogotá se suma a las prohibiciones de Cali y Manizales. Así, se está intentando -con muchas posibilidades de éxito, sólo falta el voto de la alcaldesa- dar la puntilla a la fiesta de toros colombiana.
Con lo que está pasando, los legisladores bogotanos demuestran que no se trata de defender a los animales, sino de pasar por encima de los aficionados a la fiesta. Asimismo, no salvan al toro de lidia, porque lo están condenando a la extinción. ¿Quién va a querer criar toros bravos, si no va a tener quien se los compre?
No se trata de arraigo cultural, ni de tradiciones, se trata de una ley abyecta que ofende la inteligencia. Lo bonito de esta legislación es que se ocupa de un tema que les da publicidad y que no resuelve asuntos de importancia real ni apoya en nada a la formación humanista de la ciudadanía. Si están en contra de un espectáculo sangriento, por qué no empiezan por una legislación que prohíba -sería muy edificante- por ejemplo, las series de televisión con temas como la guerra, los crímenes y el narcotráfico, en los que la filmografía contemporánea no tiene el menor pudor en exponer con todos los detalles, los asesinatos más crueles y sanguinarios. El hecho de que sean ficción, no quita que deforme el pensamiento juvenil. Pero eso, en vez de aumentar la nómina de votantes, la adelgazaría. Ni defensa animal, ni búsqueda del bien común. Está visto: con un golpe a traición se trata de pasar encima de una minoría por el simple hecho de que piensa diferente.