La violencia política de género no es privativa del hombre, también suele producirse entre el mismo género, aunque de pronto parezca contrasentido.

Una mujer que permanente lo ha demostrado es Genoveva Huerta Villegas, la presidenta del Partido Acción Nacional en Puebla, herencia ominosa que dejó Eukid Castañón, el morenovallista acusado del delito de extorsión y lavado de dinero, por lo que desde hace tres meses duerme en el reclusorio, primero en San Miguel y luego en Tepexi de Rodríguez.

En lo que fue una estampa inédita en la historia del panismo, en enero de este año, cuando un grupo de mujeres militantes de ese partido político acusó públicamente a Huerta Villegas de haberlas violentado.

A la cabeza de ese grupo de féminas humilladas se colocó la figura más influyente en la historia de la oposición en Puebla, Ana Teresa Aranda. Acusó directamente de ejercer violencia política de género a su correligionaria al remover a Amparo Acuña de la Secretaría de Promoción de la Mujer y a Mónica Rodríguez de la coordinación legislativa en el Congreso local.

La víspera que a través de un tuit hizo mofa del padecimiento de Verónica Vélez Macuil, la coordinadora de Comunicación Social por haber dado positivo a Covid-19, no sólo refrendó esa condición misógina, sino que se ubicó en esa oposición indigna que deforma la discusión pública por su mala entraña.

Además trivializó un reto que se impone involuntariamente a los cientos de miles de mexicanas y mexicanos con el virus en tiempo de pandemia: el de preservar la vida a costa de un padecimiento atroz.

La líder del panismo poblano adoleció de gracia, ingenio e inteligencia en detrimento de la alta expectativa de los militantes en el PAN.

De paso desnudó a un grupo político que se ubica detrás de la muy documentada estrategia que medra en los enmohecidos habitáculos del oscurantismo conservador, capaz de ejercer la indigna condición de rapacería política con un conjunto de estereotipos propios del clasismo intolerante de la extrema derecha que falta a la decencia de quienes aún asumen al PAN como la fuerza política capaz de echar a la #4T a fuerza de persuadir al electorado.

La de Genoveva, su misoginia e intolerancia es la misma que enarbola el extremismo irascible e ignorante que pretende pintar un escenario comunista en curso sin conocer el más mínimo pasaje de la historia en América Latina.

Es el golpismo ilegal que se esconde detrás de un discurso grandilocuente con pretensiones graciosas, cuando en realidad denota la ligereza con la que suele abordar asuntos públicos de coyuntura política.

La evidencia de un grupo de panistas inteligentes y propios de la nueva condición desde la oposición la ofreció ayer mismo Humberto Aguilar Coronado, El Tigre, quien a través de su cuenta de Twitter expresó pronta recuperación para la funcionaria del gabinete de Miguel Barbosa.

Nadie desea que la dirigente lenguaraz deba pasar por un trance similar porque la mala fe tampoco es generalizada, anida en un reducto compartido con gente de la calaña como José Juan Espinosa, el candidato a compartir habitáculo con el morenovallista que enfrenta procesos al menos dos procesos penales y que aún posee información valiosa que tiene a todos al borde de un ataque de nervios.