Cuarenta minutos en la zona de la muerte. Ese es el tiempo que lleva en promedio la aplicación de la prueba de Covid-19 que hasta esta semana había arrebatado la vida a más de 2 mil personas.

El Hospital General del Sur es una zona de guerra. Desde que mujeres y hombres llegan a la entrada principal de ese enorme complejo de salud pública, se percibe la muerte que ronda persistente en torno de quienes esperan algo, menos el arrebato de la vida.

Como signo inequívoco de la presencia de la parca, dos funerarias colocadas en la acera de enfrente que ofrecen paquetes de incineración o ataúdes desde 6 mil pesos.

En las afueras, decenas de personas observan el paso de las horas y el nacimiento del sol hasta el cenit del medio día. Calienta y lastima la vista que se pierde en ese largo compás.

Esperan algo, pero no la muerte. Sobre colchas, cobijas o chamarras, tirados el piso se les ve cruzar ese lapso con la meta ideal: la noticia de algún pariente recuperado o la doliente notificación que inunda la estadística en tiempo de pandemia.

El Hospital General del Sur está en la capital, el municipio que junto con la zona metropolitana se ha mantenido en el pico más alto por el número de contagios, decesos y casos activos.

Según la información oficial existían hasta el jueves de la décimo octava semana de confinamiento por la emergencia sanitaria, más de 15 mil 300 personas han sido contagiadas por el virus y hay más de 2 mil decesos

El ingreso a la zona de epidemiología es aún más incierto. La reconversión de esa ala, al sur del complejo hospitalario, se expresa por el personal que está en la trinchera de batalla contra un virus cuya letalidad colocó a la humanidad entera en el reto más formidable de la historia reciente.


Una mujer de rasgos indefinidos, cálida en el trato, esconde sus facciones detrás de cubre bocas, lentes especializados y un traje que cubre por completo el cuerpo.

Diestra en el uso de los instrumentos para la toma de muestras en garganta y nariz como hisopos, probetas, termómetros y demás instrumentos, aún con guantes sobre sus manos, presume un talante afable, digno y humano.

En un habitáculo de unos 2 metros por 2 no parece esperar mayor reconocimiento público. Lo que hace, lo hace bien y es suficiente para que quienes se colocan en esa pequeña silla en espera de la aplicación del test, presos del miedo y zozobra, sientan un poco de aliento y alivio. 

Lo mismo sucede en las afueras de ese pequeño espacio. Otro integrante del equipo del sector Salud, igualmente cubierto por completo de pies a cabeza, pregunta a pacientes, mujeres y hombres de todo aspecto por los síntomas de los últimos días, hoja de vida, comorbilidades y aspectos generales.

El autor de la columna sólo pudo alcanzar a escuchar un apellido Romano. Ese especialista llena formularios con eficiencia y empatía. Ofrece una comunicación en un plazo perentorio de cinco días para conocer los resultados de la prueba Covid.

Así fueron los 40 minutos en la zona de la muerte. Un grupo de héroes anónimos hacen lo suyo, aún a sabiendas de riesgo permanente del contagio de una enfermedad para la que aún no exista cura ni vacuna.

En el sótano...

La dirigencia del Partido Compromiso por Puebla envió el autor de la columna una carta aclaratoria en la que da a conocer qué reintegró el remanente del gasto de campaña del ejercicio de 2019, que se reproduce íntegra.

Sin embargo, se sostiene la tesis principal, junto con Nueva Alianza y el Pacto Social de Integración son los vividores de la democracia que perderán registro y prerrogativas.