El petardo fue de tamaño monumental y lo más patético es que el tonto o la tonta -viva la igualdad de género- que lo escribió no se dará cuenta de ello en su sexo servidora vida. Ustedes perdonen el recato al no usar la palabra de las cuatro letras, me abstengo por mis estudiantes que a veces leen estos artículos.
Nada, que el monumento al doctor Fleming situado en la explanada de la plaza de toros de Las Ventas, en días pasados, amaneció con una pinta en la que se lee la palabra “asesino”. Me duele el estómago de la risa. Alguien rumió equivocadamente -nunca mejor aplicado el verbo-, que el busto es el de un torero. Ya lo veo agitando el bote de spray y farfullando: “de este me hago cargo yo, vamos a escribirle lo que se merece el tal Fleming”. Lo que no sabe ni sabrá nunca es que insultó al científico escocés que descubrió la penicilina salvadora de millones de vidas y que lo único que el médico mató a lo largo de su existencia, fueron bacterias.
Se necesita leer mucho para no ir por la vida rebuznando y metiendo las patas. Además, se requiere que los libros leídos sean buenos. Aunado a que, para escribir, primero es necesario imaginar, luego reflexionar y por último, juntar letras. Este activista de mis partes nobles, que ha escrito la leyenda en la base frontal de la escultura del doctor Fleming, no ha leído un libro en su vida.
En México, a un tonto de esta magnitud lo calificamos con una locución verbal suculenta, decimos de él que es un reverendo pendejo, y al pronunciar el enunciado lo hacemos con énfasis, templando sílaba tras sílaba, lentamente como el mejor natural de Morante.
Tengo un buen amigo, un hombre ya mayor, que pondera el valor semántico del vocablo pendejo con una repetición enfática: “Es que, ¿con qué otra palabra más exacta le dices a un pendejo, que es un pendejo?” se pregunta. Este es el mismo amigo que con filosa ironía, asegura que el gran logró de la Revolución Mexicana fueron las fotografías del Archivo Casasola. Como profesor universitario de literatura, difiero de su opinión; para mí, el logro más importante de esa guerra civil son las llamadas novelas de la Revolución, porque en cuanto a la justicia social y al bien común, el conflicto bélico entre los mexicanos, fue más inútil que el fulano que pintarrajeó el monumento del descubridor del Penicillium notatum. Sí, es cierto. A ver, díganme ustedes ¿con qué otra palabra podemos calificar de manera tan correcta, aunque grosera, al desaprensivo ignorante que confundió a Fleming con un matador de toros?
La expresión es de alto calibre, pero precisa y rica en matices. Por ejemplo, apendejarse y hacerse pendejo son cosas muy diferentes. Juan Domingo Argüelles en su muy interesante y además, precioso libro Las malas lenguas, nos explica: “Cabe precisar que “apendejarse” (tornarse pendejo, descuidarse, distraerse) no es lo mismo que “hacerse pendejo”, locución verbal coloquial y malsonante que significa aparentar alguien que no advierte algo de lo que no le conviene darse por enterado”. Verbigracia, al reseñar un tercio de varas, si es el caso, se explicará que “el picador estaba masacrando al toro, pero el matador se hizo pendejo”. El otro caso, se podría ilustrar de este modo: “El picador se apendejó y marró al toro”.
En español el sufijo “azo” es polisémico y puede significar golpe, por ejemplo, codazo, leñazo; también, es un aumentativo que pondera, torerazo. Por su parte, el sufijo “ete” muestra afecto, pensemos en Pepete, Manolete, Antoñete, pero su otra acepción es despectiva. Un sufijo más, “illo” refiere un valor afectivo, Pepe-Hillo, torerillo. Aplicando los sufijos a la palabra que nos ocupa en su aspecto, despectivo, al tonto pinta monumentos no le queda el sustantivo en sus variantes pendejete y pendejillo. El que le va justo como una taleguilla es el de pendejazo, porque en materia de torpeza mental es un cinqueño de seiscientos kilos.
También, por amor a la precisión en el uso del lenguaje, es necesario decir que el que llamó por escrito “asesino” al doctor Fleming, no se apendejó, eso es un contrasentido, porque como dice Argüelles, nadie puede tornarse en lo que ya es. Este, con todo y su bote de pintura en aerosol, es un tronco, un baboso de campeonato mundial, mejor, un reverendo pen-de-jo, digo yo recreándome en la suerte.