La publicación en Twitter de un documento en el que aparece una lista de reporteros de diversos medios a quienes se les señala como beneficiarios de apoyos económicos de parte del gobierno de Puebla refrenda la condición miserable de un sector que medra desde el anonimato para sembrar odio, sin importar el daño colateral.

Varios de quienes ahí son mencionados desmintieron la versión artificiosa y lo mismo hizo Verónica Vélez Macuil, coordinadora de Comunicación y Agenda Digital, pero el daño ya estaba hecho: una de las reporteras que aparecen señaladas en el infundio, jefa de familia, recibió una llamada de sus superiores para advertir despido.

“La acusación sólo deja en claro que los periodistas estamos en medio de una guerra de porquería entre oposición y gobierno”, escribió con toda razón el reportero Mario Galena en su cuenta de Twitter.

Pero va más allá porque está claro que existe un sector de la oposición que lejos de soñar, ambiciona; en lugar de persuadir, intimida; está lejos de hacer política, pero denigra y manipula hasta límites indecibles.

Hater, la más reciente película del documentalista Jan Komasaentasta estrenada en Netflix ilustra con solvencia sobre el riesgoso proceso que envuelve a figuras de perfil progresista, en medio de discursos de odio, supremacismo y xenofobia.

La manipulación de un personaje frustrado, ignorante, adicto a las redes y los juegos de mesa a distancia, convertido en instrumento de un siniestro personaje profundamente inconforme por su incapacidad intelectual y académica ofrece un desenlace atroz en la Polonia que no es muy distinta de lo que vive México y Puebla.

Quienes la víspera recurrieron al panfleto denigratorio en redes sociales en contra de los colegas de diversos medios tampoco son diferentes al protagónico de la película en streaming, Tomasz Giemza (Maciej Musialowski).

Han sido los mismos que en el pasado han hecho correr el rumor del internamiento repentino en un hospital privado en fin de semana de Miguel Barbosa, que inventan prácticas de oprobio contra gente como el exsecretario de Cultura, Julio Glockner o que realizan montajes de mal gusto para denigrar figuras públicas. 

Condenan el derecho a la felicidad como fue notorio con la fiesta privada en la que participó la diputada Nora Escamilla, como si el acceso a la diversión estuviera proscrita por una ley divina, como enfermedad contagiosa y vergonzante.

 

No será el primero ni el último infundio. Mañana seremos cualquiera de quienes usamos redes sociales. La legión de idiotas está ahí, agazapada detrás del cobarde anonimato por un interés pecuniario. Son sicarios digitales al servicio del mejor postor.

Está a la vista de todos. Quien paga manda: Fernando Manzanilla, articulador de la ola detractora; Genoveva Huerta, la presidenta del PAN cada vez más desprestigiada, anclada a un pasado delictivo junto con Eukid Castañón; o el otro saltimbanqui, José Juan Espinosa, a quien se le ve como el primer blanco visible tras la eliminación del fuero para llevar a tribunales a presuntos infractores.