La amistad y congruencia no son monedas de uso corriente en el oficio periodístico ni en la política. Salvo cuando se habla de Ismael Ríos Delgadillo, un entrañable afecto de no pocos profesionales de los medios y en la clase política.

Ha sido un profesor universitario riguroso y exigente que no admite flaquezas ni distracciones entre alumnos. Odiado en el inicio del ciclo escolar, termina por ser reconocido por su empeño en transmitir lo mejor de sí en el proceso de enseñanza-aprendizaje. 

Generaciones de egresados de la carrera pueden dar testimonio de ello. Una voz que el autor de la Parabólica posee en primera personas es Alma Trujillo, a quien no sólo la viste su belleza, sino también talento y su profesionalismo por el micrófono radiofónico. Fue su alumna y la sufrió, confió un día. 

Fuera de la academia también ha sabido ser un maestro dedicado, desde el empirismo. Personalmente lo vi en TV Azteca Oaxaca, en el inicio de la década del año 2000 en donde fue jefe y espléndido conversador en los desayunos frondosos de la cocina en la Antequera.

De ello también lo atestiguó un grupo de jóvenes oaxaqueños a quienes como a muchos que hemos abrazado el oficio de contar historias, resultaron cautivados por la gozosa encomienda de mantener una emisión informativa diaria.

Ismael Ríos como el autor de la columna, deberá tener en la memoria ese muchacho dicharachero y dueño de una risa contagiosa de nombre Alonso que supo abrazar la causa que nos unía en ese momento y nuestro cariño.

Las nuevas generaciones podrían definirlo hoy como un personaje multitask. Servidor público, promotor del futbol, empresario educativo y cronista de la fiesta brava, hoy tan vapuleada por ciertos radicalismos. Fue cronista taurino, promotor y apoderado.

Es probable que no haya un servidor público desde el ámbito de la comunicación que posea un atlas tan completo de los medios de la capital poblana, la zona metropolitana y las distintas regiones de Puebla, incluyendo las más apartadas.

Una auténtica Babel de la comunicación que albergaba en el prodigio de la memoria. 

Una sola oportunidad del columnista de compartir micrófonos con Ismael Ríos. No fue en una de las cabinas radiofónicas de los grupos de mayor audiencia, penetración ni influencia.

Ambos fuimos invitados a la transmisión inaugural de las cabinas de radio del Colegio St Joseph School, en donde el director era (supongo lo es aún) el profesor Jorge Pérez Garrido, un amigo de la infancia del propio Ismael, lo que habla de la solidez de sus afectos. 

Lo vi chancear con ese viejo amigo de la niñez como dos chamacos que aún siguen saltando en los charcos que deja una tarde de lluvia en el barrio de El Carmen, en donde ambos crecieron.

Era una imagen contrastante en un hombre que sabe hacer valer su verdad frente al más combativo y duro periodista o empresario de los medios. Crítico de la improvisación, la frivolidad y la grandilocuencia, así es él.

En una ocasión lo escuché decir a uno de los periodistas radiofónicos más escuchados que era imposible que fuera capaz de empujar y sacar de una entrevista de banqueta a un personaje público a su reportera, que lo había acusado de maltrato. 

¡No mames, mido casi 1.50 y peso casi 60 kilos! ¿Crees que con este físico puedo hacer lo que me acusan?, reviró al teléfono antes de que ese malentendido se convirtiera en una campaña mediática.

En el balance general, Ismael Ríos ha sabido mantener y cosechar amistades nuevas y del pasado. En la academia, la empresa, política y en los medios. Habrá quien pueda regatear esos valores. Cada quien lo suyo.

He querido traer a la memoria ese mosaico de imágenes personales por la calidez que ofreció a este reportero hace ya casi 20 años, y porque ahora es preciso verlo de vuelta en lo suyo: el aula, los toros, el fútbol y los medios. Acá lo vamos a esperar.