Es un gusto, porque los de Xalmonto, rama De Haro, tienen su origen en la ganadería de Piedras Negras que está cumpliendo ciento cincuenta años de criar toros bravos. Sin embargo, cada casa debe tener su propio carácter y su fondo; en Xalmonto el patrón, don Pablo de Haro, ha dejado su impronta, y con el toro jugado en el festival de la Independencia, el dieciséis de septiembre, en la plaza de Apizaco renovó mi lacerada fe en la muy opaca fiesta taurina mexicana.
“Pistolito”, un toro de sobrada calidad y muy formal en sus embestidas bravura de hocico a rabo tuvo enorme clase y gran nobleza, arrancada pronta, codicia, fijeza y mucho recorrido, humillaba entregado haciendo “el avioncito”. La emoción brindada en las primeras acometidas fue creciendo más y más. Desde el primer lance nos indicó cómo metería la cabeza y en cada tercio se superó mostrando el pozo muy hondo de la noble combatividad que llevaba dentro.
El toreo ligado y de inteligencia de Arturo Saldivar tuvo compás, temple y gran estética por lo largo de cada muletazo, pero con la pierna de salida atrás cambió profundidad por longitud; el “ponte bien” gusta ya a muy pocos, y no me quedaré con las ganas de decir que el gran “Pistolito” se merecía que le cargaran la suerte. El que esto firma siempre cambiara la valía sublime de mandar al toro cargando la suerte, por el medio metro más de pase ganado toreando con la pierna de salida atrás. Así, cargando la suerte, hubiera lucido más esa indudable bravura en la obediencia a ultranza del cárdeno. Es cierto, Saldivar le pudo y por eso el toro se entregó con un fondo ilimitado, desde el comienzo hasta que el diestro lo devolvió a los torileros con un remate por alto en la mismísima puerta de regreso.
Sin embargo, lo que me arrastró tras la estela de “Pistolito” fue que su nobleza no tenía un palmo de tontera. En una de las series, con el afán de ligar el siguiente muletazo, el matador quedó a merced del toro y éste, certero y pronto, le quitó los pies del suelo pegándole un arropón del que Saldivar salió casi sin sentido. Lo comentamos en los micrófonos: ¡este es nuestro toro!. No queremos un animal intratable que devoré hombres y muletas, pero tampoco un toro estúpido que no pegue cornadas ni quiera enganchar al que lo burla. Los toros nacen para morir matando.
“Pistolito” dio una lección de vida al demostrar que la nobleza no es imbecilidad. Que alguien sea noble en su trato, no quiere decir que sea un tonto sin carácter. Tanto en los seres humanos como en los toros, nobleza no es sumisión ni cobardía, al contrario, es de bravos aceptar el reto y acometer con coraje. Es valiente un hombre o una mujer que aún encima del ego y la propia conveniencia actúa con nobleza. Eso fue lo que me dijo “Pistolito” o por lo menos, lo que yo entendí y por lo tanto, sostengo que las corridas son cátedras de Antropología filosófica.
A fin de cuentas, qué si blandeó en el caballo y que el puyazo sólo fue un rasguño, que si era de indulto, o no, eso es otra cosa. El toro verdaderamente bravo siempre es gratificante, ese, al que no se le mira el fondo y que llena con su clase y poderío cada lance y cada pase. Como monedas caían las primeras gotas del aguacero tlaxcalteca cuando el ganadero volvía a la barrera después de dar la vuelta al ruedo junto al matador; cielo de nubarrones como lomos de un encierro de toros estaban a punto de venirse encima, mientras yo pensaba en este rito fascinante y trágico que me gusta tanto, entonces, espontáneo y resuelto, renové mis votos: Por ti confirmo y reafirmo, “Pistolito”, el juramento sagrado de que nunca echaré al olvido esta afición gloriosa.