Me explicaba don Octavio Casillas, ganadero de La Concepción, la paradoja del campo bravo mexicano: rebelarse contra la industrialización y la modernidad que los rodea, al mismo tiempo que tienen que preservar la tradición que les fue legada; es decir, son rebeldes, pero también tradicionalistas.
Pero no es esta la única tensión que tienen que armonizar los ganaderos de bravo, las dehesas mexicanas viven entre la ciencia y el romanticismo, la coba y la fidelidad, la bravura y la docilidad, la sustentabilidad y la sobrevivencia.
Los toros que sale a las plazas son el producto de siglos de experimentación y de un minucioso cuidado genético. La genética es una ciencia que estudia la transmisión de la herencia biológica a través del ADN.
Para analizar sistemas biológicos complejos se requieren herramientas informáticas que permitan plantear modelos y predecir comportamientos y funciones orgánicas.
Los ganaderos utilizan algoritmos matemáticos y sistemas computacionales para procesar grandes cantidades de datos y obtener predicciones robustas.
Pero al mismo tiempo, tienen un halo de romanticismo y en los tentaderos se observa una enorme subjetividad propia no sólo de las querencias familiares, sino del contexto en el que se encuentran inmersos.
Es decir, una ganadería está en constante tensión entre la ciencia genética más avanzada y la subjetividad de las percepciones de un tentadero.
Un ganadero tiene información precisa, almacenada en potentes base de datos que contienen las reatas que dieron origen a la ganadería y que son analizadas por complejos algoritmos genéticos. Pero al mismo tiempo se deja llevar por sus deseos particulares y por las distintas apreciaciones de quienes lo rodean.
También tiene que luchar contra la coba para mantener la fidelidad a un concepto. El término “coba” –que viene del latín cubāre’, que dio origen a incubar, lo que hacen las gallinas con sus huevos– se utiliza para referirse una conversación halagüeña, muy propia de los taurinos a quienes les gusta lisonjear a quienes están a su alrededor. Y si alguien está permanentemente tentado por los halagos es un ganadero que puede así olvidarse de su noción de bravura.
Asimismo, veedores y figuras presionan para que se seleccionen animales dóciles, lo que hace entrar en conflicto a ideas tradicionales de mayor acometividad, fiereza y fijeza. Esto en combinación con la mayor de las tenciones que viven los ganaderos mexicanos: sobrevivencia económica versus sustentabilidad.
Es evidente la dificultad de hacer rentables grandes extensiones de tierras dedicadas a la crianza de un animal desconfiado y agresivo en medio de vituperios de animalistas, pero que –como lo acaba de reconocer el Congreso de Tlaxcala– es una de las grandes reservas ecológicas de la actualidad que dan a los ecosistemas naturales una verdadera sustentabilidad.
Las plazas de tientas, donde se realizan los experimentos genéticos, son también los lugares donde los ganaderos se ven obligados a armonizar las paradojas propias de su oficio.
La faena parece sencilla, consiste en llevar al caballo a las becerras para que se les prueba por segunda o tercera ocasión; se evalúa si, después de haber sido castigadas, van nuevamente al caballo y desde una mayor distancia.
Dios salve a los ganaderos del campo bravo mexicano y les de la prudencia necesaria para continuar la crianza de una bestia que transmite tantas emociones.