El médico griego Hipócrates escribió una serie de aforismos, es decir, máximas que proponían una pauta para atender enfermedades o para realizar diagnósticos. El primero y más esencial de los aforismos hipocráticos se tradujo al latín como ars longa vita brevis. En español se leería “el arte es largo, la vida breve”.

La frase ha sido utilizada por muchos pensadores a los largo de la historia. Séneca la tradujo en un discurso como “vitam brevem esse, longam arte”. Goethe la utilizó al inicio de Fausto: “¡Oh Dios! Cómo el arte es largo y nuestra vida es corta”.

El escritor norteamericano Henry Longfellow la incluyó en su poema “Psalm of Life” (Salmo de vida): “El arte es largo y el tiempo pasajero / y nuestros corazones, aunque robustos y valientes / aún, como tambores apagados, están latiendo”.

Y es el tema central en novelas como “Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy” del irlandés Laurence Sterne o “la vida breve” del uruguayo Juan Carlos Onetti.

Pero si alguien dio testimonio vivo de esa sentencia fue el doctor Marco Antonio Ramírez Villalón. Como médico entendía lo que había explicado Hipócrates: "Corta es la vida, el camino largo, la ocasión fugaz, falaces las experiencias, el juicio difícil. No basta, además, que el médico se muestre tal en tiempo oportuno, sino que es menester que el enfermo y cuantos lo rodean coadyuven a su obra".

Marco Antonio Ramírez Villalón llevó el aforismo mucho más allá. Acopió libros, pinturas y esculturas. Y como entendía la tesis fundamental de Hegel que el arte es una forma particular bajo la cual el espíritu se manifiesta, construyó el Centro Cultural Tres Marías para que los mexicanos pudiéramos contemplar las más excelsas obras de la creación humana.

Si algo nos ha recordado la pandemia del 2020, es que la vida es breve. Y ante esta precariedad humana, es válido preguntarnos si el arte es un lujo o una necesidad.

La interrogante se puede responder reflexionado sobre otras preguntas: ¿Qué sería del hombre sin el arte? ¿Qué sería España sin el Quijote de la Mancha? ¿Qué sería de Europa sin Dante, Velázquez, Goethe o Beethoven? ¿Qué sería Paris sin el Museo del Louvre? ¿Qué sería de Morelia sin el Centro Cultural Tres Marías?

Para beneficio de la tauromaquia, Marco Antonio Ramírez era un gran aficionado. Así que construyó tanto su biblioteca como su museo alrededor de obra taurina.

Ahí podemos apreciar la grandeza de Goya, Picasso y Dali. Y darnos cuenta que una obra de arte no sólo es un objeto material, sino un medio que utiliza el artista para develarnos el misterio del mundo. Nadie es el mismo después de ver una obra de arte. Por eso la importancia de recorrer el Centro Cultural Tres Marías.

El doctor Ramírez Villalón era, además, un gran conversador. Sencillo, amable, siempre con una sonrisa y buen humor. Aunque creo que el adjetivo que mejor lo describe es dilecto.

Marco Antonio tenía una voluntad honesta y un amor reflexivo que lo llevaron a dejar una profunda huella en quienes tuvimos la fortuna de conocerlo.

Le pregunté hace poco si disfrutaba más los libros o las pinturas. Suspiró, para después sonreír y mostrarme un encuadernado con grabados del siglo XVIII: “Toño, los cuadros se tienen que quedar en el museo, pero los libros me los puedo llevar a donde yo vaya, releerlos y seguir aprendiendo.” Para demostrármelo, le dio el libro a nuestro amigo común Quetzálcoatl Rodríguez para que leyera un poema taurino de Juan de Dios Peza. Seguimos hablando de toros, de pintura y de literatura…

Marco Antonio Ramírez Villalón tuvo una vida breve, pero su legado es tan largo que marcará tanto a Morelia como a la tauromaquia por muchos siglos.