Una alianza política con fines electorales, bien puede constituir una forma eficiente para generar un equilibrio democrático en el mapa político. Cuando los acuerdos se afianzan en el entendimiento de problemáticas complejas que ameritan una propuesta valiosa, se está transitando en la dirección correcta para que el proyecto sea exitoso en las urnas. Sin embargo, cuando dentro de la alianza se esconde la necesidad de supervivencia de algunos pocos favorecidos en las canonjías de un partido debilitado, eventualmente solo quedará en la mesa una cúpula que, lo que menos busca, es ampliar su horizonte de oferta e inclusión.

Una muestra de esta ruta conveniente, es lo que recientemente ha ocurrido en el Partido Revolucionario Institucional en Puebla. Un instituto político que ha querido vender panoramas inexistentes, donde los supuestos buenos resultados pertenecen a un colectivo cuyo mayor peso de triunfo fue Acción Nacional, pero que, si se analiza con frialdad lo conseguido por mérito propio, el escenario es demoledor. El comparativo nos arroja que el Revolucionario Institucional pasó de gobernar a 1’085, 566 personas en el 2018, a ser gobierno municipal para 165,594 poblanos en este 2021 si considera los municipios ganados sin alianza. Esto se traduce a una sencilla cuestión; se perdió el 71% de los municipios en que se gobernaba. Por lo que hace al legislativo el panorama no fue ni por mucho más alentador: se ganan 2 diputaciones por mayoría relativa y se obtienen 3 diputaciones por representación. En términos claros, se consiguen 5 diputaciones de 41 posibles.

Ante un escenario como este, no solo la sensatez, sino la dignidad misma obligarían a un ejercicio de autocrítica y recomposición responsable ante lo que a todas luces es una estrepitosa derrota. Pero neciamente se transita en la dirección contraria. Se opta por un discurso triunfalista donde la cobija de los resultados de la alianza cubre convenientemente la derrota tricolor. Se ha consolidado un discurso torcido y mentiroso que incluso llevó a premiar el supuesto buen desempeño de la dirigencia, con su elección para el nuevo periodo de conducción partidista en el estado. Se premia la mediocridad y se rehúye al mérito. Se le habla a una militancia reducida como si merecieran permanentemente el engaño.

Pero el provecho en tiempos aciagos generalmente es de pocos y vaya que tanto las dirigencias nacionales como la estatal lo han sabido capitalizar. En lo nacional, con una camarilla de incondicionales al presidente del partido, mas no incondicionales a los principios rectores o a los intereses y demandas ciudadanas de aquellos a quienes se deben. Nunca antes se había visto un Comité Ejecutivo Nacional que colocara a prácticamente la totalidad de sus integrantes en el privilegio de las posiciones plurinominales. En torno a ello, la indefinición por funciones va a provocar descontroles importantes. No se puede se ambivalente al ser miembro de bancada y dirigente a la vez. Esa relación estuvo diseñada de origen para generar un equilibrio donde los actores no fuesen los mismos.

Para el caso local, en Puebla al igual emulan la rapiña. Una dirigencia que ha tomado como estandarte único al ahora presidente municipal electo en la capital, y de quien van a ser incondicionales convenientes y rémoras permanentes. En ese escenario zalamero, Eduardo Rivera se ha convertido en la figura insignia y de mando en el propio priismo. Ahí, actualmente reina la indignidad de esa cúpula quien desde ahora renuncia a competir por la próxima gubernatura con candidato propio. Tan mal está el PRI que Rivera como agente externo, es el salvavidas y el proyecto a apoyar a cambio de que, los mismos nombres que hoy relucen (Cacique, Estefan, Alcalá, Camarillo, Merlo y otros pocos) se vuelvan a acomodar, ahora en la primera candidatura al senado y por supuesto, en la dorada burocracia plurinominal. Seguramente el próximo presidente municipal sabrá el costo de cargar con pecados ajenos.

Lo cierto es que al priismo en general, poco le interesa consolidar una oferta política con altura de miras y comprometida con causas más que con intereses particulares. Estamos ante un juego favorable y cómodo para los dueños de las fichas; ahora pueden y lo hacen, pero el destino caprichoso y el juicio de pensantes acaba por condenar a quienes solo la fachada los distingue como demócratas.

*Por Guillermo Deloya Cobián