Independientemente de quiénes o de las causas que la hayan provocado, es una realidad inocultable la pobreza que prevalece en México como uno de los problemas socioeconómicos más importantes del país, según el Consejo Nacional de Evaluación (CONEVAL) que posee hasta ahora las únicas cifras válidas oficialmente.

Según este mismo organismo, de 2018 a 2020, un total de 3.8 millones de mexicanos cayeron en pobreza, de los que 1.6 millones son jóvenes que ahora no pueden satisfacer sus necesidades básicas, mientas que 900 mil de ellos pasaron a condición de pobreza extrema, que no tienen los recursos para adquirir la canasta básica alimentaria.

La pandemia por Covid-19, las sequías prolongadas, la delincuencia que no disminuye, la falta de agua para el consumo humano y la producción, los huracanes, la confrontación social en la que estamos metidos buenos contra malos, la sucesión presidencial adelantada y la consulta para la revocación de mandato, no permiten encontrar caminos para la solución de los grandes problemas nacionales.

En materia alimentaria arribamos a un escenario muy complicado. Por falta de apoyos e incidencia de sequías, se han dejado de sembrar más de tres millones de hectáreas que, entre otros efectos, ha dado como resultado el incremento sustantivo de la importación de maíz, soya y trigo, con cifras cercanas a los 19 millones de toneladas anuales.

Con las medidas de protección establecidas en Rusia para no exportar trigo, o de Brasil para no exportar sus granos, o de países como Vietnam que no exportará arroz, lo que veremos en los próximos años será una fuerte presión sobre los precios de los alimentos básicos como ya lo hemos visto con la tortilla y el pan. 

De esta manera el gran logro sexenal de haber aumentado de 5.8 a 7.7 kilos de tortilla debido al incremento del salario mínimo en estos primeros tres años de gobierno, se desvanecerá lamentablemente. 

Un gran factor para atenuar la pobreza, han sido las remesas que envían a México nuestros connacionales en Estados Unidos. Lejos de ser un logro del gobierno, debería ser una vergüenza para todos quienes no hemos sabido, podido o querido atender el complejo problema de la migración. Mexicanos salen a buscar las oportunidades que aquí aún no tienen.

Los envíos de recursos a las familias y sus beneficios directos no se compensan con los impactos negativos de fractura familiar, riesgos de paso por la frontera y condiciones precarias de vida en la unión americana para nuestros migrantes. Vivencias cercanas con familiares y vecinos de la Mixteca confirman que el esfuerzo y sacrificio que hacen quienes envían las remesas no podrá pagarse nunca.

Las remesas, que se estiman ya cerca de los 45 mil millones de dólares (MMD) al año, han sido un gran atenuante de la pobreza sumándose con las transferencias directas de los programas sociales establecidos por el gobierno. Ayudan mucho, contienen el problema, pero no resuelven la pobreza ni generan desarrollo de las familias y las comunidades. 

Según estudios realizados por diversos autores, las remesas se gastan en alimentación y bienes de consumo, celebraciones familiares y comunitarias y, solo un cinco por ciento se destinan a inversión. Lo que se gana con gran esfuerzo no ha encontrado los caminos para multiplicarse y apalancar el desarrollo de los pueblos, y los pocos programas que había, como el 3x1, hoy han desaparecido.

La única vía para revertir la pobreza es la educación de nuestros niños y jóvenes, bien sea con una reforma educativa conservadora o liberal, pero que considere contenidos educativos que incluyan el conocimiento real de los recursos disponibles, las actividades productivas predominantes, las necesidades de las familias y los sectores productivos, así como el desarrollo de servicios logísticos hoy ausentes de los pueblos.

No habrá ninguna transferencia directa, ni remesa alguna que alcance para revertir la pobreza si no se apoya adicionalmente el fomento productivo a través de las actividades económicas de mayor potencial en las comunidades y regiones. 

Para el fomento productivo es necesario conocer la realidad escuchando a los actores y visitando sus comunidades. Saber a qué se dedican y qué producen, qué problemas y necesidades tienen, cuáles son sus potenciales y qué están demandando los mercados locales, regionales e internacionales. No lo estamos inventando, ya lo hemos hecho.

Desde 1991 se han venido poniendo en práctica estas recomendaciones, mucho antes de tener las oportunidades de cargos públicos. Así, trabajamos impulsando praderas, agricultura familiar, formas asociativas, desarrollo de nuevos productos, diversificación productiva, fomento tecnificado y ordenado de la fauna silvestre, nuevos cultivos y especies de ganado, acopio y transformación agroindustrial, invernaderos y formas de agricultura protegida, riego tecnificado, desarrollo del bambú y el agave mezcalero y búsqueda de nuevos mercados. 

Aún falta mucho por hacer, mucho más cuando no hay experiencia ni voluntad política.