Mientras leía "El arte de birlibirloque" deJosé Bergamín me acordé de una discusión que tuve con el matador Tomás Cerqueira sobre la importancia de la inteligencia racional para un torero.

Estábamos diseñando los planes de estudio del Centro de Alto Rendimiento Taurino (CART). Les explicaba a los maestros las fallas de la educación tradicional y por qué la formación de un torero tendría que ser distinta a la escuela convencional.

El toreo es un arte y no una ciencia. Por lo tanto, no se tiene que enseñar igual que como se enseña a calcular una raíz cuadra. Pensemos, por ejemplo, en dos pintores que tengan idéntica habilidad y experiencia.

Aunque se les enseñe las mismas técnicas sobre volúmenes y colores, ante un lienzo el resultado de cada uno será completamente distinto.

Porque todo arte implica mucho de subjetivo, personal e impredecible. Dos matemáticos en cambio, por distintos que sean –en personalidad, carácter, experiencia o cultura– tendrán que llegar al mismo resultado, porque la matemática es algo objetivo en la que poco importan las características personales de quien la realiza.

En la educación tradicional, como lo explica Carlos Llano en su libro "La enseñanza de la dirección y el método del caso", se considera que la dimensión más importante de la inteligencia es la racional, la lógica-matemática.

Las pruebas de coeficiente intelectual como el IQ miden la racionalidad, pero no la creatividad. Las escuelas tradicionales se enfocan –y premian– esa inteligencia racional que puede ayudar a realizar divisiones aritméticas, pero no para emocionar a un aficionado en el tendido de una plaza de toros.

El matador Cerqueira discrepó fuertemente. Me dijo que un torero debe ser inteligente para estar delante de un toro. No aceptaba mi postura que eso no era racionalidad sino intuición y prudencia.

Bergamín también le da un peso relevante a la inteligencia. De hecho define al toreo como "un inteligible juego de prestidigitación". Para él, Joselito fue un modelo de inteligencia.

Con la belleza de su prosa, Bergamín dice: "el torero no se disfraza de torero: la inteligencia no se puede caracterizar. El traje de luces del torero es emblema de pura inteligencia: porque es cosa de viva inteligencia torear".

Pero cuando entra en definiciones nos damos cuenta que no necesariamente se refiere a la lógica-matemática. Para él, "la inteligencia es una aptitud o predisposición metafísica para torear". Luego complementa: "Para torear, como para ver torear, hay que estar muy despierto".

El psicólogo estadounidense Howard Gardner explicó que las capacidades del cerebro humano no forman parte de una sola habilidad llamada inteligencia, sino de muchas características que trabajan en paralelo y que muchas veces son ignoradas o poco valoradas. 

Gardner se oponía a la idea que la inteligencia fuera unitaria y que se pudiera medir en un test. Las personas son versátiles y se caracterizan por su habilidad para adaptarse e improvisar.

Fue así como Howard Gardner desarrolló la teoría de las inteligencias múltiples. Los seremos humanos tenemos varios tipos de habilidades mentales que son independientes unos de los otras. Llama inteligencia lógica-matemática a la capacidad de realizar análisis numéricos de manera efectiva.

Esto es lo que yo intentaba explicarle al matador Cerqueira, los sistemas académicos convencionales han valorado en exceso las habilidades para realizar procesos de análisis cuantitativos.

Pero hay otras dimensiones de la inteligencia, según Gardner, es importante tomar en cuenta también las inteligencias lingüística, musical, corporal kinestésica, espacial, intrapersonal, interpersonal y naturalista.

A un torero, entonces, más importante que enseñarle a calcular raíces cuadradas, debe fomentársele su creatividad.

Un torero debe desarrollar su personalidad, aquello que lo hace único y que le permite comunicar emociones y sentimientos.