Al cumplirse un mes de la tragedia de San Pablo las muertes continúan acumulándose y los daños siguen sin terminar de enlistarse.

Tras el susto de las explosiones, la preocupación de saber dónde y cómo vivirían “por mientras” y frente a la “nueva realidad”, los vecinos de la junta auxiliar comienzan a entender las pérdidas.

La reubicación de las familias en una zona al sur de la ciudad enfrenta muchos retos.

Desde la distancia uno podría pensar que la entrega de una casa con servicios y dentro de la ciudad debería ser una oferta que nadie rechazaría.

Sin embargo se trata, entre otras cosas, de dejar el espacio físico donde los afectados crecieron, nacieron, hicieron comunidad.

Aunque se trate de la misma ciudad, mudarse implica un cambio para el cual no siempre se está preparado y que conlleva desde el cambio de escuelas hasta dejar atrás a los vecinos, amigos y compadres que se formaron en la junta auxiliar.

Nada fácil.

A ese componente emocional habrá que sumarle el asunto materialista. Algunos de los inconformes de ayer comentaron que su razón para no acceder a la reubicación es que “perderían” muchos metros cuadrados. A su decir, las casas de 80 metros cuadrados no se pueden comparar con los terrenos de 200 metros cuadrados, que tenían.

Nuevamente la discusión es intensa sobre qué vale más, si 80 en zona legal y con servicios integrados o 200 sin construcción y en un lugar de altísimo riesgo.

Y más allá de lo que cada vecino o propietario piense se encuentra la ley que establece cuáles son los espacios que por derecho de vía no pueden ser utilizados para la vivienda. Y ante esa reglamentación no hay sentimentalismo que pueda sobreponerse.

La estampa de gente que después de un mes logró regresar a la zona cero y levantó una playera, una chamarra mientras decía “sólo esto quedó” resulta demoledora, como desoladora fue la imagen de la familia que decidió acampar en medio de “la nada” para tratar de retener su terreno.

Mucho tacto habrán de tener los operadores de gobiernos estatal y municipal para desactivar esa otra bomba que está calentándose en San Pablo Xochimehuacan, por la desesperanza de quienes hoy comprenden que volverán a comenzar desde cero.

Y en este río de emociones, no descarte que algún o alguna política sin escrúpulos encuentre el pretexto perfecto para llevar agua a su molino.

Por lo pronto, este miércoles, un mes después de la tragedia, la junta auxiliar entierra a Pedro Bolaños, la quinta víctima mortal de la explosión.