Una mitad de México no tiene para comprar alimentos frescos y saludables; proporción que toca extremos en el sureste con tres cuartas partes de la población y mínimos en el norte con un cuarto. Que la gente no decida, o no le alcance comer frutas y verduras se refleja en el consumo de menos del mínimo recomendado por la OMS de 400 gramos diarios entre ambas.

Esta paradoja es una incongruencia Latinoamericana, una región rica en climas y terrenos para frutas y verduras, pero que ha abandonado el consumo de ellas por un sistema alimentario repleto de productos hiperprocesados basados en cereales y granos con valores nutritivos ínfimos.

Ese abandono de frutas debe de entenderse como lo que es. El abandono de frutos semitemplados, desérticos y tropicales, propios del territorio nacional, por una tríada de frutas que poco tienen que ver con nosotros: manzanas, naranjas y plátanos.

Tres mercados que controla Estados Unidos como proveedor, estableciente de precios y dueño de comercializadoras y subcontratistas globales.

Los tres anteriores productos, que son los que considera el CONEVAL u órdenes de gobierno en las canastas alimentarias, han sido una desgracia que deformó la visión nacional de frutas en mercado, producción y gustos.

Las manzanas son un gran ejemplo de cómo desdén, falta de capacidades y visión pueden esfumar un mercado.

Tanto en Estados Unidos como en México las manzanas comenzaron de manera parecida. Variedades europeas de pésima calidad para comercializar o comer en crudo, pero útiles en repostería y producción de fermentados alcohólicos de baja graduación.

Del otro lado del río Bravo, en el marco de una época prohibicionista y el encuentro de espíritus abstemios protestantes y alcohólicos colonizadores, las manzanas se especializaron. Variedades útiles jugosas, de colores y olores vibrantes, por un lado, y las dedicadas para las industrias sidreras.

Esta especialización se dio en las grandes universidades públicas de Estados Unidos. Francisco I. Madero, que estudió en Berkley, París, Indiana y Baltimore, buscó replicar esos esfuerzos, mismos que fueron pasto de llamas en la vorágine revolucionaria. Falta ver Champusco en Atlixco.

Hacia inicio del siglo pasado, 1895, se descubriría la variedad Red Delicious, un portento carmesí de sabor que ya no es más.

Una centuria de cruzas controladas entre especies nos entregó una fruta que en refrigeración y con atmósferas controladas, puede ser almacenada por años y que sabe francamente asquerosa.

La manzana Red Delicious domina más de la mitad del mercado nacional de manzanas, ¿la razón?, es la manzana que nuestros vecinos del norte desprecian y contra la cual México no tiene competencia. Ni precio, ni sabor, ni volumen, ni nada tenemos contra ella.

Hoy en día los estadounidenses buscan variedades de manzana de extraordinarios sabores, colores y texturas, Cosmic Crisp, Giga, Piñata o RedPop son fenómenos en mercados como Whole Foods o Sprouts.

México, y Puebla particularmente, han sufrido la modorra manzanera.

Mientras que siquiera en Chihuahua, Cuauhtémoc, los menonitas han replicado el modelo de estados como Washington, con sus obvias limitaciones, Puebla se engaña con el orgullo de las manzanas panocheras y el chile en nogada.

La enorme mayoría de las manzanas poblanas son de variedades de más de 75 años, en el mejor de los casos. Ensalzar a los productores como el orgullo de los Volcanes, los guardianes de los sabores o los gustos de fruta criolla; no es sino una burla hacia el trabajo de una manzana que tiene poquísimo mercado o sabor con el cual buscar adeptos.

Pensar que la industria sidrera poblana, Huejotzingo o donde guste, utiliza esas manzanas es fantasear con ensueños. Las grandes empresas sidreras compran concentrados de jugo del norte del país, Estados Unidos o Canadá para comenzar sus procesos de fermentación. Con tristeza y objetividad se deben reconocer las limitaciones de una fruta cuya vida útil terminó hace casi una centuria, y que lo único que nos queda de manzanas con futuro en Puebla es Zacatlán.