Ahora que arranca el 2022, inicia también la cuenta regresiva rumbo a la elección de 2024, en dónde, además de la Presidencia de la República, para nosotros los poblanos, estará en juego la sucesión en Casa Aguayo.

Repetir los nombres de los apuntados resulta ocioso, quienes se colocan en estas arenas movedizas los conocen tanto o más que a su propia familia.

Sin embargo, durante estos días de asueto y reflexión, vino a mi mente un escenario que de arranque podría parecer una alucinación, pero que cuando se hace un análisis del comportamiento constante del habitante de Palacio Nacional, mi hipótesis parece encontrar sentido. Veamos.

El Presidente López Obrador ha dado claras muestras de haber revivido lo más rancio del presidencialismo priista.

Nada sucede sin su aval. Nada se mueva sin su incentivo. Nada ni nadie crece si no lo quiere. Nada es nada y nadie es nadie.

Excitado por su esquizofrenia, López Obrador ha impuesto gobernadores y gobernadoras a su entero capricho.

Lo hizo primero con su secretario de seguridad Alfonso Durazo en Sonora, pese a su desastrosa actuación al frente de esa dependencia y desdeñando los indicios de sus presuntas ligas con el crimen organizado.

Mismo camino siguió Layda Sansores para quien no tuvo empacho en burlar la ley, al hacerla candidata en Campeche pese a no tener la antigüedad domiciliaria requerida.

Y peor aún en Guerrero, en donde se pasó por el Arco del Triunfo la ley y los tribunales, al utilizar a la hija de su amigo, el  impresentable Félix Salgado Macedonio con tal de hacerlo gobernador por interpósita persona.

¿Y cómo lo logró?

Muy simple, utilizó las dos armas secretas con las que burdamente justifica el autoritarismo con el que maneja su gobierno y a su partido: el género y las encuestas.

Y es aquí en donde la lucha por la gubernatura en Puebla puede correr con la misma suerte que los estados en donde AMLO ha hecho su voluntad.

Las recientes candidaturas anunciadas por Mario Delgado para los estados en donde habrá elección de gobernador, confirman que la única democracia en Morena es la del dedo lopezobradorista.

Trasladando a Puebla esta práctica, surge esta hipótesis.

¿Qué pasaría si AMLO abuse de su libertad para que al término de su mandato volviera a su peregrinar eterno, a manera de campaña política?

¿Qué pasaría si entre sus prioridades estuviera seguir la “ruta mesiánica” que implique la visita constante a los diferentes estados —preferentemente Nayarit— para inculcar la “doctrina” de la 4T?

¿Sería capaz de hacer gobernadora a la primera —no primera— dama?

¿Sería capaz de resistirse a esa enorme tentación?

Si lo ha hizo con Durazo, Sansores y Salgado, ¿por qué no hacerlo con él mismo?

La solución le sería francamente simple, usar las dos mismas armas usadas consistentemente: el género y las encuestas.

De un día para otro, Morena anuncia que a Puebla le correspondió en la mágica tómbola lopezobradorista que la candidata fuera mujer.

Casualmente, en Puebla los aspirantes mejor posicionados, todos son hombres.

¿De dónde sacarían una mujer para cumplir los designios de la tómbola?

¿Alguien en Morena dudaría de la seriedad de la empresa encuestadora —a la que aún nadie conoce— que definiera como la más popular, carismática y confiable a la señora Gutiérrez Müller?

Y bingo, Morena tendría candidata, AMLO libertad para seguir peregrinando y los poblanos una peligrosa cita en las urnas.

Insisto, es una simple hipótesis, pero mi pregunta es: ¿Se atrevería el Presidente?

Por sus antecedentes y su esquizofrenia de poder, no tengo la menor duda.

Veremos y diremos.