Enojarse es muy fácil, pero enojarse con la persona correcta, en el lugar correcto, por el motivo correcto, con la intensidad correcta, eso es muy difícil, según Daniel Goleman, autor del libro Emotional Intelligence, publicado en 1995.
La emoción es la alteración del ánimo, de manera intensa o pasajera, agradable o penosa (Alberto Briceño, 2004). La inteligencia emocional, de acuerdo con este autor, es la capacidad de sentir, entender, controlar y modificar estados anímicos propios y ajenos.
En el servicio público y en la vida diaria, ponerse en los zapatos de los otros y escucharlos con atención, representa más del 90 por ciento del éxito de las decisiones o acciones resultantes, más aún, cuando no se tiene conocimiento del problema a atender. Muchas disculpas se pueden evitar, si se piensa unos segundos antes de hablar.
Es recomendable separar los problemas que no dependen de nosotros y en los que no podemos influir, de aquellos en los que sí podemos hacer algo. No sudar una calentura ajena, ni enfermarse por lo que otros comen.
Inteligencia emocional es la capacidad para resistirnos a reaccionar de manera impulsiva e irreflexiva, actuando en lugar de ello, con receptividad y participando de esa manera en la promoción de una comunicación sin barreras.
Enseñar a desarrollar la inteligencia emocional en las personas es también una tarea pendiente del Sistema Educativo Nacional junto a otras tareas también pendientes que ya hemos señalado como la educación financiera, alimentaria, ambiental, ética-cívica.
Los mejores resultados en las decisiones personales se obtienen cuando existe la capacidad para controlar las emociones.
Mantener la calma ante las adversidades es la mayor fortaleza de un ser humano porque le permite decidir con mayor posibilidad de éxito. Sin olvidar que el valor es el control del miedo, no su ausencia.
No debemos olvidar que 9 de cada10 personas en el mundo están compitiendo, unos contra otros, por ser los mejores en los diversos ámbitos y aspectos de la vida, de acuerdo con Denis Waitley, y desconociendo que todos somos distintos, por lo que es muy difícil saber quién es mejor que quién, a menos que la comparación sea para una misma actividad o función.
Y, sin embargo, la vida es una competencia feroz que inicia desde la cuna, entre los integrantes de la familia, en la escuela, en los deportes, en el trabajo, en la calle y se hace más evidente en la vida pública, en los distintos órdenes de gobierno, en y entre los tres poderes y en los partidos políticos.
No hay un solo ser humano que le guste escuchar sus errores y muy pocos tienen el valor de decirlos para no meterse en problemas. No hay una sola persona que no tenga la tentación de sentirse importante, porque la motivación y la autoestima son fundamentales para la vida y el desarrollo personal.
Por eso el poder, los cargos públicos, aún los más modestos, transforman a las personas y la gente lo nota con el muy común dicho “ya se le subió”.
Por la forma como se conducen algunos funcionarios, pareciera que se esfuerzan en fallar. Resaltar y recordar a cada rato quien es el que manda, solo muestra un alto nivel de inseguridad interior y convertir el posible respeto existente en temor, fórmula inequívoca para perderlo, y perder la oportunidad de lograr lo esperado en el cargo desempeñado.
Echar la culpa a los otros cuando se tiene el poder, y todos los elementos de decisión y ejecución de acciones que enderecen lo chueco y potencien lo correcto, es un símbolo claro de inmadurez.
Corregir subordinados en público, mandar mensajes a través de los medios y querer ser el centro de atención de todo, es una gran muestra de egolatría e inexperiencia que termina por crear ambientes laborales nocivos para la buena marcha del gobierno y la buena atención a los ciudadanos.
En el ejercicio del cargo público, saber escuchar es básico. Escuchar a quien trae un problema o una inquietud. Escuchar a los que saben sobre ese problema. Escuchar para dar una atención y para aprender un poco más. Muchas personas de la sociedad, solo buscan ser escuchadas, pero si se puede atender y resolver su problema, es mejor.
Nos hemos excedido de crítica, pero nos falta mucha autocritica. Y, fundamentalmente, falta mucha propuesta y acción ciudadana.
En lugar de preguntar qué hace México por mí, tendríamos que estar preguntando qué hacemos nosotros por México.
México, tenemos una opción, vamos a calmarnos y unirnos.