Es cierto que zonas del territorio nacional están de facto bajo control del crimen organizado, suplantando toda autoridad formal pudiendo parar con terror, por ejemplo, la vida de una ciudad como Nuevo Laredo con narco bloqueos y balaceras por la detención de un cabecilla del Cartel del Noreste; pero, aunque la violencia en nuestro país llegue a todos los espacios de nuestra sociedad, es difícil comprender la desolación de una guerra en forma como en Ucrania.
Sería cínico no reconocer que en 2021 en México tuvimos casi el doble de asesinatos y desaparecidos de lo que lleva el conflicto ruso-ucraniano, que ya va en unos 19 mil muertos, pero cuesta trabajo imaginar un misil del narco destruyendo el puerto de Coatzacoalcos, por trazar un símil con Berdyansk.
Los efectos por disrupciones en las cadenas industriales globales, especialmente lo alimentario y energético, se han crispado por un factor: la especulación sobre la guerra y el futuro de Rusia y Ucrania.
Con las sanciones sobre Rusia, y por añadidura Bielorrusia, las exportaciones de potasio y de gas natural para producir amonio-urea han desbalanceado el precario equilibrio global del mundo de los fertilizantes. Aunque las autolimitaciones han pesado casi lo mismo. Por decretos presidenciales tanto Zelensky como Putin han bloqueado la exportación de bienes agropecuarios, particularmente trigo. El presidente ucraniano para asegurar la alimentación de un pueblo en guerra, el mandatario ruso como método de presión.
Los campos ucranianos estaban atendidos y sembrados a inicios del conflicto, por lo que estos estarán listos para la cosecha de junio, faltará ver si se firma un armisticio antes. Con la salida de 3.5 millones de refugiados parecería casi imposible encontrar trabajadores agrícolas suficientes.
No obstante, el reto de la mano de obra resulta casi menor cuando vemos el desastre en infraestructura. El que los granos se muevan por vía férrea permiten vislumbrar un primer problema con el sistema ferroviario devastado tanto por tácticas ofensivas como por guerra de desgaste.
Aún así, el riel es tan sólo la primera parte del problema, teniendo en el Mar Negro la siguiente incertidumbre. Los puertos ucranianos de Berdyansk y Mariupol han sido sitiados y tomados por las fuerzas rusas cerrando así la pinza sobre el Mar de Azov. Con la toma de Crimea en 2014, y la lucha en este momento por Odesa, los otros dos puertos de relevancia para exportar bienes agrícolas, parece casi imposible encontrar en un futuro cercano alguna manera de atravesar por agua los estrechos turcos del Bósforo y los Dardanelos.
Los nombres, foráneos y exóticos, nos hace sentir lejanos de dichas afectaciones, pero en esta época de la humanidad el tiempo y el espacio son cada vez más irrelevantes ante la hiperconectividad de todas nuestras actividades. En el norte, Canadá comienza ver sus inventarios vaciarse rápidamente, esperando que la inmediata cosecha pueda estabilizar sus existencias. En el sur, Argentina y Brasil se han apanicado y establecido moratorias en la exportación de bienes básicos para estabilizar sus turbulentos mercados internos.
En geopolítica México va dando tumbos sin decidir de qué lado está de la guerra y qué hacer, situación que se repite en el campo. México no produce fertilizantes nacionales suficientes por un fracaso en la política energética e industrial, aunque hay que aclarar que hablamos de fertilizantes químicos.
Una constante del gobierno de la 4T es un apoyo a una agricultura sustentada en abonos y estiércoles, derivada de un pernicioso fetiche por una época de milpas e indigenismo mal entendido, que el agricultor promedio ve como una tomada de pelo. Con mucho cuidado hay que advertir que la crisis por fertilizantes en México va a escalar en numerosos problemas sociales a lo largo y ancho del país sin que el gobierno en turno tenga un verdadero plan para apagar la pradera que ya prendió en varios lugares.