Ya estará usted bastante enterado de las muchas repercusiones derivadas de la invasión de Rusia a Ucrania. Desbalance de energéticos a nivel global, reordenamiento geopolítico de Europa, por supuesto la crisis humanitaria, y las diversas inflaciones en materias primas de las exportaciones de ambos países. La que más cercana habrá sentido probablemente sea en aceites comestibles y granos, con importantes escaladas de precios en las últimas semanas.
A nivel de geopolíticas se observa un maquiavélico juego de estrategia, con el mundo como tablero y el hambre de millones como daños colaterales.
En el lugar del conflicto, Ucrania, la crisis alimentaria se desenvuelve en varios flancos. De manera más directa, la ofensiva acomete contra instalaciones y maquinaria agrícola, como los ataques con misiles al centro agrario de Sinelnikovo o el robo de tractores de Melitopol, pero los rebotes son de más bandas.
Los puertos ucranianos del Mar Negro como Odessa o Chornomorsk albergan alrededor de 4.5 millones de toneladas de granos, incapaces de partir vía barco por el bloqueo marítimo que ejerce la armada rusa. Perdedores directos son países como Líbano o Egipto, que importaban 8 de cada 10 sacos de grano de los campos ucranianos. Como salida a esta problemática el país de Letonia, en el Mar Báltico, ha ofrecido los puertos latvios para exportar los granos, con las dificultades logísticas y militares propias de sacar la producción del otro lado del continente. En total existen 25 millones de toneladas de granos estancadas en toda Ucrania por bloqueos o problemas de infraestructura.
En Ucrania también existe el temor histórico de repetírseles la hambruna causada por el régimen soviético en la década de 1930, llamada Holodomor, ahora tras el descarado robo de producción agrícola para venderla al mejor postor. Un ejemplo es el buque ruso Matros Pozynich, que partió de Crimea con 27 mil toneladas de trigo hurtado y destino Egipto. Tras la petición formal de Ucrania de no comprar alimento robado, el barco no pudo atracar en Alejandría, por lo que tomó rumbo a Lakatia, principal puerto del devastado país de Siria, donde se descargó el producto.
Se tienen documentadas, a la fecha, más de 100 mil toneladas de trigo, cebada y centeno robadas por el ejército ruso, con estimaciones gubernamentales tan altas que llegan a cuadruplicar la cifra. Como parámetro esto es cerca de la mitad de todo el arroz que importó México como país el año pasado.
India se ufanaba en abril de tener suficiente comida para sus 1.4 mil millones de habitantes y excedentes para cubrir las necesidades globales obstaculizadas por el conflicto. El sábado pasado se prohibió la exportación de trigo a todo mercado foráneo, excepto lo que ya se encontraba bajo contrato. Detrás de esta decisión tenemos la peor ola de calor en la historia de la India, siete días continuos arriba de 40 grados en Nueva Delhi, y un promedio mensual de 37 grados. Las predicciones de cosechas comenzaron en febrero en 112 millones de toneladas, ahora apenas roza la centena tras las terribles condiciones para los cultivos. La diferencia es equivalente a toda su exportación presupuestada para el año 2022.
Estados Unidos anunció la semana pasada un importante reajuste en la producción estimada para este ciclo de trigo, un 8 por ciento menos. Clima seco en el trigo de invierno e inundaciones en el trigo de verano son los causantes. Canadá, que recibió tormentas de nieve inusitadas, ahora tiene condiciones de tierra demasiado húmedas para poder sembrar; situación que se repite en Australia, aunque la humedad proviene de las lluvias meridionales.
En México, a partir de antier, la importación de granos y otros alimentos básicos estarán exentos de aranceles por un año, cosa que será intrascendente ante la turbulencia global, no tendremos ni que importar. Cruce los dedos porque la celebración del domingo pasado haya sido del agrado de San Isidro Labrador, vaya encomendándose.