Proveer estabilidad hídrica es un reto civilizatorio. La compleja tarea históricamente involucra preservación de ecosistemas, infraestructuras, resiliencia y lidiar con el clima.
Falta de agua ha desaparecido civilizaciones completas. En los setecientos de nuestra era una variación de lluvias en el cinturón tropical desvaneció al mismo tiempo la civilización maya y la dinastía Tang en China. Hace cuatro mil doscientos años pasó lo mismo con el Reino Antiguo de Egipto y el Imperio Acadio con una sequía que encharcó al Nilo.
El estado de Nuevo León irá para tres semanas de vivir en racionamiento hídrico. Seis horas de agua al día –de 4 a 10 de la mañana– que muchas veces no se cumplen. Los habitantes de Monterrey han tomado la calle en varias ocasiones para protestar por la incapacidad de sus gobiernos de proveer agua. Y lo mismo ha pasado en Sonora, por similares tandeos, Querétaro, por una ley privatizadora, Chihuahua, por “huachicoleo” de agua, y así la mitad de las entidades.
Las condiciones para suministrar agua han cambiado enormemente y los retos han acompañado ese crecimiento. Presión de población e industrias, devastación de sistemas hídricos y el cambio climático.
Arreglar todo eso nos tomará décadas, llegando a centurias para retornar a los niveles preindustriales, pero nadie tiene tiempo para eso. Ni paciencia. Las soluciones modernas deben de estar a la par de la época de inmediatez en la que vivimos. Todo de forma inmediata y sin esperas.
No es una solución mágica, pero sin duda es la única solución que tenemos en lo que diseñamos las varitas mágicas-tecnológicas del futuro cercano: arreglar la ineficacia del agua en la agricultura.
El consumo del agua en la agricultura nacional es quince veces lo de toda la industria mexicana, y cinco veces lo de todo el uso doméstico y público de los habitantes y sus ciudades.
Pudiera parecerle normal que tres cuartos del agua en el país se vayan a producir los alimentos que consumimos los mexicanos, sin duda asegurar la alimentación lo ameritaría, pero más de seis de cada diez litros de la agricultura jamás llegan a regar ningún cultivo.
Una enorme mayoría de las unidades agrícolas en el país que riegan sus cultivos conducen el agua a través de la gravedad, o rodándolo como también se conoce. Tres de cada cuatro lo hacen de esa manera, con, otra vez, tres de cada cuatro de ellos haciéndolo mediante canales de tierra, que presentan enormes pérdidas del agua por filtraciones y evaporación.
La culpa no es de los agricultores, que pocas oportunidades tienen de invertir en caros sistemas de riego presurizados, que elevan la eficiencia del agua a un 90%, pero de un régimen económico y político que vio un costo mínimo en el desperdicio del agua.
En Puebla los porcentajes de uso de agua son similares al promedio nacional, considerando los permisos de aguas nacionales y los distritos de riego. 71 de cada 100 metros cúbicos de agua van a la agricultura. El número es enorme y ocupa la magnitud de doce espacios decimales para describir cuantos litros son.
Ahora es el momento de “mágicamente” hacer aparecer a las poblaciones, antes de que se alebresten más, una enorme cantidad de agua que se ha quedado atrapada en la ineficiencia de sistemas de riego que nunca fueron considerados lo suficientemente importantes para invertirles.
Gastar en eficientar el riego es una gran inversión a nivel estado, y pudiera ser una bala mágica para esta administración. Incrementaría dramáticamente la producción de alimentos, proveería de infraestructura primaria a los más necesitados, y aliviaría los problemas hídricos nacionales, al menos un ratito. Esos 12 mil millones de pesos semanales que nos cuesta el subsidio a la gasolina podrían pintar otro escenario agrícola y de justicia social para este país. Pero parece primero lloverá café en el campo.