“Hoy nos toca sufrir lo que miles de familias han padecido por la violencia”. Con ese potente mensaje los jesuitas volvieron a poner el dedo en la llaga y recriminaron al gobierno de Andrés Manuel López Obrador su fallida estrategia contra el crimen organizado.
El asesinato y la desaparición –por horas- de los sacerdotes Javier Campos y Joaquín Mora en la comunidad de Cerocahui, Chihuahua son el reflejo de lo que cada día se documenta en las páginas de los periódicos, en los portales de noticias o en los noticieros.
Una realidad que difícilmente podemos describir sin llegar a los límites del horror, una verdad absoluta que observa y denuncia el Papa Francisco desde El Vaticano, pero que el inquilino del Palacio Nacional se niega a reconocer.
“Los asesinatos de los queridos jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora ocurren en el marco de una dinámica de violencia exacerbada a lo largo del país que lastima y condiciona diariamente la vida en nuestra sociedad y pone en evidencia la ineficacia de la política de seguridad del Estado en todos sus niveles”, cita el comunicado de la Ibero Puebla.
Y así es, la violencia que padecemos ha condicionado nuestros hábitos de consumo, porque ya no vamos a tal o cual sitio; de turismo, porque dejamos de visitar Pueblos Mágicos, ciudades o estados para no ser víctimas del crimen organizado; y en los casos más extremos hemos conocido a familiares o amigos que han tenido que huir, literalmente, de su casa y comunidad, para tratar de mantenerse a salvo.
La necedad de López Obrador por recalcar los derechos humanos de los delincuentes, incluso sobre la vida de las víctimas; proteger a los líderes criminales; negar los casos de corrupción en su gobierno y lanzar frases como “abrazos no balazos” son parte de ese discurso de tolerancia que se gesta en el Palacio Nacional y se paga con sangre en las plazas públicas de nuestro país.
A tres años del gobierno de AMLO hemos rebasado los 100 mil desaparecidos, sin que se noten verdaderas acciones para tratar de ubicarlos.
También se superó el número de homicidios violentos que se cometieron durante todo el sexenio de Felipe Calderón, a quien tantas veces Andrés Manuel criticó por declararle la guerra al narcotráfico.
Y pese a ello, el presidente continúa sin reconocer que su estrategia falló, que aunque las niegue y se ría, las masacres continúan en el país.
Reconstruir el tejido social será una tarea titánica, de años, de mucho trabajo, pero no podremos comenzar mientras el líder mesiánico insista en apapachar a los representantes del crimen organizado y abogue por ellos antes que fortalecer los sistemas de justicia para que se aplique la ley y se apliquen los procesos de reparación de daños.
Antier fueron los sacerdotes, una semana antes los médicos, previamente un joven que jugaba Pokémon, los periodistas, las mujeres, los fanáticos del fútbol y así, la lista sigue y sigue mientras el país se desangra y el presidente acusa a los delincuentes con sus mamás.